Denunciar la barbarie de la conquista es indispensable, y ayudarán mucho a liquidar sus consecuencias de larga duración las disculpas que puedan ofrecer tanto los herederos de los frutos obtenidos mediante esa barbarie en el siglo XVI, como los que hicieron suya la consigna de “civilización o barbarie” a partir del XIX, y quienes la reivindican hoy para justificar las violencias del neoliberalismo en descomposición.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá
“A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo. Ni hombre, quien no ayude a la seguridad y dicha de los demás hombres.”
José Martí, 1893[1]
La tradición de choque entre España y la América española en torno al 12 de octubre alcanzó este año niveles de encono poco usuales. Toda la jauría conservadora de ambas riberas del Atlántico consideró motivo de escándalo que el gobierno de México no invitara al rey de España a la ceremonia de toma de posesión de la nueva presidenta de ese país, Claudia Sheinbaum, debido a la negativa del monarca a contestar siquiera una carta del entonces presidente Andrés Manuel López Obrador en la que le solicitaba que ofreciera disculpas a los indígenas de su país por las violencias de la Conquista ocurrida en el siglo XVI.
Las anécdotas, en estos casos, pueden ser infinitas. Baste recordar aquel “¿Por qué no te callas?” del rey de España Juan Carlos I al entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, el 10 de noviembre de 2007 en la XVII Cumbre Iberoamericana realizada en Santiago de Chile. La raíz de todo ello, sin embargo, puede encontrarse a mayor hondura y resultar más compleja. Así, por ejemplo, en 1992 – cuando se festejaba y condenaba a un tiempo el Quinto Centenario del arribo de los españoles a las costas de nuestra América – Aníbal Quijano e Immanuel Wallerstein sintetizaron en así la relevancia histórica del aquel evento:
El moderno sistema mundial nació a lo largo del siglo XVI. América -como entidad geosocial- nació a lo largo del siglo XVI. La creación de esta entidad geosocial, América, fue el acto constitutivo del moderno sistema mundial. América no se incorporó en una ya existente economía-mundo capitalista. Una economía-mundo capitalista no hubiera tenido lugar sin América.[2]
Ese sistema mundial se refiere en lo fundamental a la organización geopolítica y geocultural del mercado mundial que emergía por entonces en la Europa noratlántica. Lo ocurrido en nuestra América en aquellos momentos de aquel proceso viene a confirmar en verdad lo dicho por Carlos Marx en el capítulo XXIV de su obra mayor, el Capital (1867), al señalar que
Si el dinero, según Augier, «nace con manchas naturales de sangre en un carrillo», el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza.[3]
En efecto, la conquista y feudalización de nuestra América anunció y facilitó a un tiempo la creación del mercado mundial y su organización como un sistema colonial que sólo empezaría a desintegrarse – y aún no termina de hacerlo, como en los casos de Puerto Rico y la Polinesia Francesa – tras la Gran Guerra de 1915-1945. Aquella Europa ya tenía sobrada experiencia en el uso de la violencia como herramienta de transformación social en lo que venía, por ejemplo, de la evangelización de sus pueblos del Norte, la erradicación de sus herejías del Sur y, por supuesto, su larga guerra contra los señoríos musulmanes en España.
Del impacto de todo aquello en el proceso más amplio de creación del mercado mundial a través de las violencias que abrieron paso al saqueo y el comercio en los territorios de África y Asia da cuenta un comentario de Marx en una carta a Federico Engels en noviembre de 1858. “No se puede negar”, dice Marx allí,
que la sociedad burguesa ha vivido por segunda vez su siglo XVI, un siglo XVI que, espero, sonará su toque de difuntos tal como el primero lo introdujo en el mundo. La tarea propia de la sociedad burguesa es la creación del mercado mundial, al menos en líneas generales, y de la producción basada en ese mercado. Dado que el mundo es redondo, la colonización de California y Australia y la apertura de China y Japón parecerían haber completado este proceso. Para nosotros, la cuestión difícil es ésta: en el continente la revolución es inminente y, además, asumirá instantáneamente un carácter socialista. ¿No será necesariamente aplastado en este pequeño rincón de la tierra, ya que el movimiento de la sociedad burguesa todavía está en ascenso sobre un área mucho mayor?[4]
La revolución que esperaba Marx para entonces no llegó a ocurrir en Europa. De la consolidación de aquellas burguesías entonces emergentes, en cambio, vienen las violencias que acompañaron el proceso de liquidación del sistema colonial en países como Kenya, Viet Nam y Argelia, y las que lo siguieron para instalar regímenes dóciles a las necesidades de las antiguas potencias coloniales, como ocurriera en Irán, Filipinas e Indonesia. En este sentido, cabe entender que la violencia ha desempeñado, y desempeña, un papel de primer orden en la formación y el desarrollo del mercado mundial.
Lo que distingue a la violencia ejercida por el reino de España en la conquista, la organización y el control de sus posesiones en nuestra América es que contribuyó de manera decisiva a financiar el desarrollo de sus adversarios mayores en ese proceso – Inglaterra en particular-, y abrió camino a su propia decadencia. Y esto vino a culminar en su derrota por los Estados Unidos en 1898, que vinieron así a apropiarse de los últimos despojos de aquel imperio en el que alguna vez nunca se ponía el sol.
Lo que distingue a la barbarie ejercida por los conquistadores venidos de España a nuestra América tras culminar las guerras libradas en la Península contra los reinos musulmanes no es tanto su carácter medieval como su contribución al desarrollo de una cultura que concedió un taparrabos de legitimidad a las modernas violencias sobre las que se constituiría el mercado mundial, y las que intentan preserva hoy la organización internacional que le dieron los vencedores de la II Guerra Mundial. Denunciar la barbarie de la conquista es indispensable, y ayudarán mucho a liquidar sus consecuencias de larga duración las disculpas que puedan ofrecer tanto los herederos de los frutos obtenidos mediante esa barbarie en el siglo XVI, como los que hicieron suya la consigna de “civilización o barbarie” a partir del XIX, y quienes la reivindican hoy para justificar las violencias del neoliberalismo en descomposición.
A esto hay que estar, porque define como corresponde el problema, que es la única manera de buscarle solución verdadera. De lo que se trata es de que, como lo dijera a tiempo José Martí,
Hombre es quien estudia las raíces de las cosas. Lo otro es rebaño, que se pasa la vida pastando ricamente y balándole a las novias, y a la hora del viento sale perdido por la polvareda, con el sombrero de alas pulidas al cogote y los puños galanes a los tobillos, y mueren revueltos en la tempestad. Lo otro es como el hospicio de la vida, que van perennemente por el mundo con chichonera y andadores. Se busca el origen del mal: y se va derecho a él, con la fuerza del hombre capaz de morir por el hombre. Los egoístas no saben de esa luz, ni reconocen en los demás el fuego que falta en ellos, ni en la virtud ajena sienten más que ira, porque descubre su timidez y avergüenza su comodidad.[5]
Dicho está, desde nosotros.
Alto Boquete, Panamá, 14 de octubre de 2024
[1] “A la raíz”. Patria, Nueva York, 26 de agosto de 1893.Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. II, 380.
[2] https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000092840_spa
[3] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm
[4] Marx a Engels en Manchester / Londres, viernes [8 de octubre] de 1858. Traducción y cursivas: gch. http://hiaw.org/defcon6/works/1858/letters/58_10_08.html
[5] Ibid., II, 377.