Una de las problemáticas más acuciantes que experimenta el mundo de hoy es el crecimiento nunca antes visto de las oleadas migratorias, provocadas por conflictos y dificultades en los países de origen, y también por el afán de encontrar un remedio rápido, por el camino más corto en apariencia, a esas situaciones de carencia y precariedad.
Uno de las preguntas claves a la hora de encarar esa realidad es si esas dificultades son realmente situaciones límite, que ameriten la escapada y sus muchos riesgos, o si es posible buscar otras alternativas.
Otra de las preguntas a hacerse es hasta donde se está siendo víctima del proceso de colonización cultural, tan antiguo como la propia humanidad, y de ese “lavado de cerebro” que conduce a mirar con menosprecio lo propio y con idolatría lo situado más allá del horizonte.
Esa falta de perspectiva, de sentido crítico y de confianza en las potencialidades para ser independientes y conducir el destino de nuestros pueblos por mejores derroteros, no es algo nuevo en Nuestra América. José Martí advirtió reiteradamente respecto a la tendencia a idealizar y admirar en demasía a los Estados Unidos, que ya se perfilaban como potencia emergente y comenzaban a encandilar al resto del mundo con su prosperidad material arrolladora, su desarrollo tecnológico inaudito y su sistema electoral. El señalamiento del cubano se basaba sobre todo en su experiencia personal de emigrado subalterno, siempre reacio a asimilarse, defensor a ultranza de la identidad continental, y radicado en Nueva York porque solo desde allí le resultaba viable su proyecto liberador de Cuba. Además, vistos de lejos se creía en la supuesta perfección, que los presentaba como Tierra prometida donde se encontraría todo lo deseable y anhelado; pero vistos desde dentro eran algo muy distinto.
Uno de sus textos más interesantes sobre la nación norteña es el titulado “¿A los Estados Unidos?”, fechado en julio de 1888. Se desconoce en qué publicación apareció por primera vez, y llegó a nuestros días a través de La Doctrina de Martí, periódico de Rafael Serra, donde se publicó el 15 de agosto de 1897. Es un artículo muy breve, estructurado a partir de una alegoría, pues en un párrafo se detiene a valorar a los jóvenes ingenuos, rendidos ante la belleza física de una doncella, sin tener en cuenta sus valores espirituales, y en otro extiende esa misma mirada cándida hacia los cautivados por la apariencia perfecta del país vecino. Es ilustrativo el segundo, cuya actualidad se nota de inmediato:
[…] en lo que se escribe ahora por nuestra América imperan dos modas, igualmente dañinas, una de las cuales es presentar como la casa de las maravillas y la flor del mundo a estos Estados Unidos, que no lo son para quien sabe ver; y otra propalar la justicia y conveniencia de la preponderancia del espíritu español en los países hispanoamericanos, que en eso mismo están probando precisamente que no han dejado aún de ser colonias. Por supuesto que esto no pasa de ciertas capas mentales, y ni una ni otra propaganda interesan hasta ahora más que a la gente rudimentaria y juvenil de aquellos pueblos de nuestra América donde, precisamente por el amor excesivo a la novedad extraña de los Estados Unidos, o a la vejez de las cosas españolas, no se han desenvuelto como en algunas otras repúblicas nuestras, la riqueza y la política. Pero de lejos se ve poco; y como la literatura tiene la capa ancha y cubre más a menudo lo ligero, que no cuesta trabajo ni fatiga mucho el pensamiento del que lee, que aquello que toma su peso del conocimiento de la vida y exige mayor atención del lector, sucede que una y otra idea, la americana y la española, hacen más camino del que debieran entre los lectores sencillos y la juventud impresionable, mucha parte de la cual, por la falsa golosina de este país que le pintan de miel y oro, trueca insensata la única vida útil, que es la que trata de cumplir el deber de hombre en el país natal, por la mezquina y secundaria empresa de procurarse en tierra extraña una fortuna pecuniaria que casi nunca llega a más de lo estrictamente necesario para el sustento. El hombre joven se debe a su patria.
La cita in extenso se justifica por su riqueza conceptual: primero: la veneración hacia los Estados Unidos condiciona el sentimiento de inferioridad hacia nuestras entonces jóvenes repúblicas independientes, y hacia Cuba, aún dominio colonial de España. Ello fomenta la emigración hacia aquel país, y lo que es peor, la frecuente vergüenza y negación de los orígenes, y la consiguiente afirmación de su derecho natural como “pueblo superior”, a apoderarse de todo lo que estaba situado al sur de sus fronteras. Por ese camino, se iba recto hacia la legitimación entre nosotros del Panamericanismo, la Doctrina del Destino Manifiesto y otras afines, que estaban destinadas a garantizar la sujeción de Nuestra América a un nuevo amo, entonces disimulado, hoy ya con ambiciones culpables y confesas. Segundo: la nostalgia por lo hispano, alentada por la otrora Madre Patria con sus deseos de reconquistar por la vía cultural lo perdido en lo militar y lo político, situaba al continente entre dos fuegos, valga decir, entre dos imperios, uno en franca decadencia, otro en el ápice de su movimiento expansionista hacia el imperialismo. No por gusto escribió en una de sus crónicas de 1889, dedicada a la Conferencia Panamericana, que había llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. De igual manera, en su ensayo Nuestra América, en 1891, declaró que la colonia había continuado viviendo en la república.
La ingenuidad de los “lectores sencillos y la juventud impresionable” nos golpea hoy con fuerza mayor, aunque haya mediado más de un siglo. Se objetará que los niveles de alfabetización han crecido, que las repúblicas independientes han recorrido un largo camino de historia, con éxitos y reveses, pero camino al fin. Todo ello es cierto, los embates de los medios de comunicación, la guerra cultural como estrategia de dominación, dirigida a eliminar el sentido crítico y el relevo generacional en el continente, están dando resultados alarmantes. Las crisis económicas, las escaladas de violencia, la dureza de la vida cotidiana, han hecho mella también en la conciencia ciudadana. En el caso concreto de Cuba el recrudecimiento del bloqueo y sus medidas extraterritoriales han ido incrementando el desgaste apetecido por sus creadores, y todo ello unido a la compleja coyuntura nacional e internacional y las campañas de desinformación, han favorecido cada vez más la emigración desordenada y peligrosa. No solo urge entonces resolver los graves problemas económicos que nos afectan como nación: en la misma medida hay que incentivar el sentido de la responsabilidad ciudadana, el fortalecimiento del patriotismo, y en ese camino el legado de Martí es de una utilidad incuestionable.