“Amo a Guatemala”
Por: Carmen Suárez

En los primeros días de abril de 1877 llega José a Martí a Guatemala. Allí fue muy bien recibido e inmediatamente  encuentra al cubano José María Izaguirre, director de la Escuela Normal para maestros, quien le ofrece una plaza en el claustro de profesores  como encargado de los cursos de historia y literatura. El joven maestro causa admiración con sus impetuosos discursos y sus apasionadas doctrinas entre la sociedad guatemalteca. Es invitado a dictar conferencias en la Universidad.

Su estancia mexicana y ahora el viaje por mar y por tierra hasta llegar a la capital de Guatemala le van ofreciendo nociones muy precisas sobre Hispanoamérica, sobre sus carencias y sus exuberancias. Adquiere un conocimiento de primera mano  sobre la realidad social, política y humana del continente que le permite definir claramente los contenidos de su doctrina americanista.  A Manuel Mercado le escribe el 21 de septiembre que una de las tareas de su pluma es y será: “Dar vida a América, hacer resucitar la antigua, fortalecer y revelar la nueva; verter mi sobra de amor…”[1]

Sin embargo, tanta novedad y pasión le levantará bien pronto el resentimiento de los conservadores y de los  vanidosos. Primero le ponen el mote de “Dr. Torrente”, ironizando con aquella irrupción sorprendente y avasalladora de la palabra martiana. Luego se comenta en los corrillos que dice cosas inoportunas en sus intervenciones públicas, e incluso recibe una carta de Valero Pujol, director del periódico El Progreso, en que, entre amabilidades, se le reprocha en realidad el ambiente polémico que genera con sus enseñanzas. Martí se defiende y le responde:

Amo la tribuna, la amo ardientemente, no como expresión presuntuosa de una locuacidad inútil, sino como una especie de apostolado, tenaz, humilde y amoroso, donde la cantidad de canas que coronan la cabeza no es la medida de la cantidad de amor que mueve al corazón. Si lo años me han negado barbas, los sufrimientos me las han puesto. Y estas son mejores.[2]

Para entonces José Martí es un joven de veinticuatro años con una extraordinaria inteligencia y una profunda cultura. Explica en su carta las intenciones que lo animan: “Amo a Guatemala. Probárselo será mejor que decírselo. Nada intento  enseñar, yo que he tenido que admirar la elocuencia de un negro de África, y la penetración de un ladino de Gualán. Los que me pinten soberbio, se equivocan. La inteligencia, dado que se la tenga, es un don ajeno, y a mis ojos, menos valioso que la dignidad del carácter y la hidalguía  del corazón.”[3]

La carta es  un ejemplo magnífico de su afilada capacidad para la argumentación y la polémica. La despedida es un rayo y su relámpago:

“Vd. me ha hecho mucho bien: hágame más. No diga V. de mí, que eso vale poco: “Escribió bien”, “habló bien”.—Diga Vd., en vez de esto: “Es un hombre sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado.”[4]

Y así, lo abrazaré.

Su amigo

José Martí

 

 

[1]  Carta de 21 de septiembre a Manuel Mercado. Epistolario. T.I, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1993, p.87.

[2] Carta a Valero Pujols de 27 de noviembre de 1877. Ibídem, p.97.

[3] Ibídem, p. 99.

[4] Ibídem, p. 100.