Ética y ciencia en la identidad nacional cubana y su alcance universal

Por: Armando Hart Dávalos

Por primera vez en la dilatada historia del hombre existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre el planeta Tierra. Por otra parte, los descubrimientos científicos que se producen de manera acelerada en el terreno de las ciencias naturales y en especial de la biología y las técnicas de reproducción que han hecho posible la existencia de formas de vida creadas artificialmente han puesto sobre el tapete, con mucha fuerza, la necesidad de un replanteo de las relaciones del hombre con la naturaleza en su conjunto, incluyendo las demás especies, que tenga como fundamento principios éticos. De aquí la importancia creciente de la Ética.

El tema de la ética ha sido y es un aspecto cardinal en la cultura cubana y también, desde luego, está relacionado con las apremiantes exigencias del mundo actual. La ética ha sido durante milenios el tema central de las religiones. Por ello he afirmado que la importancia de la ética para los seres humanos, la necesidad de ella, se confirma por la propia existencia de las religiones.

Su valor y significación son válidos tanto para los creyentes como para los no creyentes. Los creyentes derivan sus principios del dictado divino. Los no creyentes podemos y debemos atribuírselos, en definitiva, a las necesidades de la vida material, de la convivencia entre los seres humanos. En nuestro país, desde la forja de la cultura nacional, no se situó la creencia en Dios en antagonismo con la ciencia, se dejó la cuestión de Dios para una decisión de conciencia individual. Así se asumió el movimiento científico moderno y ello permitió que la fundamentación ética de raíz cristiana se incorporara y se articulara con las ideas científicas, lo cual abrió extraordinarias posibilidades para la evolución histórica de las ideas cubanas.

En nuestros días, las ciencias de la naturaleza, y en especial las vinculadas a la vida humana, están brindando una conclusión acerca de que no es correcto establecer una división o separación radical, como ha sido costumbre, entre el mundo llamado objetivo y el denominado subjetivo. La lectura del texto Bioética para la sustentabilidad, del Dr. José R. Acosta Sariego, nos muestra señales muy importantes para encontrar los fundamentos filosóficos que necesita el siglo XXI, y lo hace desde el plano de los más actualizados descubrimientos de las ciencias de la vida. Sus tesis esenciales en la relación con lo objetivo y lo subjetivo están expresadas aquí de forma cabal como una identidad en planos diferentes que trata de la dignidad humana, desde el plano de las enfermedades, al de la salud en general. Esta cuestión ha resultado ser uno de los más controvertidos problemas de la historia de la filosofía. Uno de los colaboradores de ese libro, Jaime Escobar, ha afirmado: “La vida es cooperación, creatividad y no lucha competitiva por la supervivencia”. Este autor apoya su aserto con una cita de Fritjof Capra: “La vida en la tierra se ha desarrollado por combinaciones complejas de cooperación o evolución y asociación de vínculos”. (1) Estos conceptos vienen a subrayar, una vez más, lo avanzado del pensamiento filosófico decimonónico cubano. Resaltan las coincidencias con lo expresado por José de la Luz y Caballero hace más de 150 años. Dice Luz:

“[…]¿puede la moral aislarse de lo físico, y aislarse con ventaja para su estudio? De ninguna manera, pues así como en el estudio de nuestras facultades mentales hemos tenido que invocar las luces de la fisiología, aunque no sea más que para deslindar los efectos que pertenecen al instinto de los que corresponden a la conciencia, de la misma manera en la moral, donde se deben primeramente describir nuestras pasiones y las causas que las apagan y fomentan, es de necesidad apelar a aquella misma ciencia preciosa para determinar el influjo de los órganos y funciones corporales sobre nuestros afectos morales, cuyo estudio presupone el de la física propiamente tal no menos que el de la patología. O conocimiento de los desórdenes de las funciones, toda vez que no se puede conocer bien al hombre sano sin conocer bien al enfermo y viceversa, tocándose aquí, como sucede a cada paso, apenas se profundiza cualquier departamento del saber humano, el estrecho enlace que existe entre ellos, no habiendo en rigor más que una ciencia, dividida y diversificada en diferentes ramas, a causa de la limitación de nuestras facultades, tan fuera de proporción con la inmensidad de la naturaleza.

“Dije y repetí y probé que sólo el capitulo de la enajenación mental bastaría para dar las más importantes lecciones, así al psicólogo como al moralista y al jurisconsulto, sobre los puntos más delicados de sus respectivas provincias. Todo lo cual prueba que la perfección de la moral en gran parte correrá pareja con los adelantamientos en este ramo de las ciencias naturales”. (2)

Por su parte, José Martí elevó la relación entre lo subjetivo y lo objetivo a la más alta escala cultura. Dijo:

“Hay base de certidumbre en todas esas ciencias vagas que andan hoy como andaba la alquimia antes de ser química (…) La ciencia confirma lo que el vulgo presiente, y así como antes de romper en luz el sol asoman por el horizonte claridades veladas, masas de nubes negruzcas, grietas de fuego vívido, que esplenden por un instante en la tiniebla como la luz verde en el vientre del cocuyo, así aparecen, antes de que se afirme una gran verdad natural, sea de lo incorpóreo o de lo físico, ciertos entes extraños, mujeres y hombres, de manos agitadas, de ojo de Edison, con una sobrehumana fuerza de fe, con una heroica indiferencia ante la persecución y el ridículo, con una autoridad extraña que les permite inculcar creencias y dogmas que no pueden demostrar con el raciocinio. (3)

“La ciencia está ya en los umbrales de un mundo singular que empieza a ser científico. El médico y el cirujano deben contar con la influencia psíquica, como con sus bisturís y sus vendajes. (4)
“Con saber cómo es la vida humana, y a cuántos agentes obedece, se libra el antropólogo del riesgo de buscar en la historia de la naturaleza al mero hombre físico, y desdeñar toda prueba que no le parezca serlo, por no ser palpable, cuando cada paso de la ciencia novísima enseña que no solo lo tangible es cierto, ni lo mental y moral del hombre dependen, —como se creyó en la infancia de la ciencia contemporánea (…) de tal conformación o deformidad del cerebro o del hueso. (5)
“Todos los crímenes, todas las brutalidades, todas las vilezas están en germen en el hombre más honrado. Lo más vil o bestial ha aparecido en algún instante posible o deseable al alma más limpia. La voluntad, las asociaciones, la cultura, sofocan, así como su falta favorece los gérmenes malignos”. (6)

Expresó la identidad esencial del universo cuando afirmó con la belleza de la literatura: “Donde yo encuentro poesía mayor es en los libros de ciencia”. (7) Esto debe servir de base al fundamento científico de la ética, ello tiene enorme repercusión en la educación. También dijo que “Ser culto es el único modo de ser libre” […] “Ser bueno es el único modo de ser dichoso”. (8)

Asimismo, el Apóstol nos aporta sus ideas acerca de la relación del hombre con la naturaleza a partir de su visión profundamente ética. Señala:

“No concibo propósito más alto –sentenció el Apóstol– que el de enseñar cómo tomar de la naturaleza aquella serenidad y justicia y consuelo y fe de que está rebosante, –y cómo sacar de nosotros mismos, (…) la capacidad que tenemos, para la consecución de la felicidad, de reconocer y confiar en la armonía de nuestra naturaleza y en esa constante relación de la naturaleza y el hombre cuyo conocimiento da a la vida un nuevo sabor, y priva a la tristeza de buena parte de su veneno y de su amargura”. (9)
“El remedio está en cambiar bravamente la instrucción primaria de verbal en experimental, de retórica en científica; en enseñar al niño, a la vez que el abecedario de las palabras, el abecedario de la naturaleza; el derivar de ella, o en disponer el modo de que el niño derive, ese orgullo de ser hombre y esa constante y sana impresión de majestad y eternidad que vienen, como de las flores el aroma, del conocimiento de los agentes y funciones del mundo, aun en la pequeñez a que habrían de reducirse en la educación rudimentaria”. (10)

Luz y Caballero dijo que Félix Varela fue el hombre que nos enseñó a pensar. Podríamos agregar: Luz nos enseñó a conocer; y Martí, en base a esta tradición, y a su genio, a actuar. Por último, sobre estos fundamentos Fidel Castro nos ha enseñado, y nos continúa enseñando, a vencer. Pensar, conocer y actuar en función de los intereses de los pobres y de toda la humanidad están en la raíz de la cultura decimonónica cubana. El valor de ella se encuentra en que es parte inseparable de la latinoamericana y caribeña, que nos representamos en Simón Bolívar y los próceres y pensadores de la “América de los trabajadores”, como la caracterizó el Apóstol cubano, quien también la denominó “Nuestra América”, para diferenciarla de la otra, la que no es nuestra. Se trata, pues, de la vocación de universalidad caracterizada por El Libertador en lo que llamó “Nuestro pequeño género humano”.

Sobre la base de estos antecedentes, las ideas políticas y el pensamiento social cubano se articularon en el siglo XX con la cultura europea de Marx y Engels, insertándose en nuestra identidad a partir de una interpretación original, como siempre lo ha hecho América Latina con lo que le ha llegado del exterior. Por esto insistimos en que el ideal socialista en Cuba se orienta por la interpretación de Mella, Martínez Villena, el Che y Fidel. Asumimos la historia del socialismo a partir de una visión crítica y apoyándonos en una vieja institución jurídica que formulaba el derecho de aceptar herencias a beneficio de inventario. De esta manera no tenía que cargarse con las deudas. Fueron los elementos de la tradición cubana y latinoamericana los que crearon los antecedentes de nuestras ideas de hoy.

Investigar, estudiar y promover los vínculos que unen a todos estos componentes espirituales, piezas maestras de la tradición intelectual de la historia de Occidente, sólo se puede hacer sobre el fundamento de una síntesis universal de ciencia y conciencia. Lo más trascendente está en que ello constituye una necesidad objetiva para salvar la civilización occidental del caos creciente.

Está a la vista la fractura de las bases éticas, políticas y jurídicas de las sociedades más desarrolladas de Occidente, y en especial la norteamericana actual, la cual constituye, como se sabe, el poder hegemónico del capitalismo mundial.

Por estas razones, y en cuanto a Cuba y sus tareas educativas, científicas y sociales inmediatas, se impone el fortalecimiento jurídico y cultural sobre el fundamento de la historia nacional, latinoamericana y universal; es necesario hacerlo con independencia de los procesos intelectuales acaecidos en otras zonas del mundo. Luego se podrían hacer las debidas comparaciones. De esta manera estaríamos actuando en la forma en que expresamente nos aconsejó Carlos Marx.

Los gravísimos problemas descritos y denunciados por José Martí en su tiempo han adquirido un nuevo significado y un carácter más peligroso. Se está llegando a extremos que sólo pueden enfrentarse con la mejor y más valiosa historia científica y espiritual de nuestra América. Para avanzar hacia una escala superior de esta cultura es preciso estudiar métodos de investigación que tomen en consideración la realidad, y promover la acción transformadora a favor de la justicia. La Nación cubana alcanzó, desde su propio alumbramiento, una cultura política y social situada en la avanzada de la Edad Moderna, porque asumió la cultura occidental en función de los intereses de la población trabajadora y explotada no sólo del país, sino del mundo. Recuérdese que Martí echó su suerte no sólo con los pobres de Cuba, sino de todo el orbe.

Es preciso que educadores, científicos sociales, y científicos en general, estudien con renovado espíritu crítico el proceso de desarrollo de la educación, desde aquellos años forjadores hasta nuestros días.

Recordemos que la escuela cubana nace sobre el fundamento del más riguroso pensamiento científico y partiendo de los hechos reales y concretos y de la abstracción encaminada a establecer sus relaciones con otros hechos; se intentaba descubrir posibilidades de promover y orientar la conducta del hombre para en el ejercicio de su libertad creadora forjar la cultura. La comprobación o confirmación definitiva estaba para el maestro en los resultados alcanzados, es decir, en lo que se observa a través de la práctica humana; en este caso considerando la educación como práctica sensible, con potencialidades presentes en la naturaleza humana.

Situar como aspecto central de su concepción filosófica la práctica de enseñar y mejorar al hombre está a tono con las más rigurosas concepciones científicas de nuestras ideas filosóficas. Nada del “reino de este mundo” estaba para los maestros cubanos fuera de la naturaleza, la que era sometida al más riguroso examen por el pensamiento científico y filosófico. En la primera mitad del siglo XIX esto llevó a la cultura filosófica –y subrayo filosófica– del país a una escala espiritual y científica superior a la de Europa y Estados Unidos de esa época.

Ellos sembraron las semillas de la unión estrecha lograda en La Demajagua y Guáimaro, entre el pensamiento más avanzado del mundo de entonces y el combate para poner fin a la tragedia de la esclavitud y de la dominación colonial. Esta comunión de ideas y sentimientos estaba y está en la existencia misma de la nación. En la transformación radical que se proponían, la educación y la cultura eran su aspecto para el cambio histórico. Las situaban como epicentro del ideario cubano. Lo hacían no en el terreno de las especulaciones metafísicas o de supuestas influencias ajenas a la naturaleza, sino como categoría de lo que se ha llamado “superestructura”. La colocaron así como tema central de la práctica; ahí está la riqueza de su pedagogía y de su valor político, piedras angulares de la cultura cubana.

En Martí esto se elevó a más alta escala cuando presentó las ideas de estudio-trabajo y expuso sus concepciones en torno a lo que llamó la ciencia del espíritu y los hechos espirituales. Recomiendo leer lo que planteó sobre esto, así como sus ideas en relación con el equilibrio entre los hombres y entre las naciones. Esto último es un aporte de trascendencia universal. Que no se le entienda todavía en la forma que corresponde es algo que debemos tratar de resolver quienes tenemos un compromiso de honor con su legado.

En fin, hay que promover investigaciones científicas y filosóficas alrededor del carácter y el papel de la cultura en la economía y en el desarrollo social del hombre, las mismas deben abordar tanto el campo de las ciencias sociales humanas como las de carácter natural.

Marx dijo alguna vez: “Hay que educar a los educadores”. En Cuba no había que educarlos. Ellos educaron a hombres que se convirtieron en revolucionarios. Las categorías del Prometeo de Tréveris no pueden aplicarse mecánicamente a la interpretación del proceso cubano de los tiempos de aquellos insignes maestros. Digo esto porque ustedes saben que algunos han planteado que Luz pertenecía a la burguesía nacional. Estas categorías no pueden aplicarse a nuestra historia. El propio Marx dejó constancia de su oposición a toda traspolación mecánica de sus conclusiones sobre el proceso histórico en Europa occidental, rechazando la idea de una teoría general de la filosofía de la historia. Fueron precisamente Engels y Lenin quienes aportaron la interpretación válida acerca de los geniales descubrimientos del sabio alemán, cuando la definieron respectivamente como “un método científico de investigación” –Engels– y como una “guía para la acción” –Lenin–. Las conclusiones a las que llegó Marx sobre la historia europea y universal hasta su época hay que asociarlas a su espacio geográfico, es decir, el Viejo Continente, y a su tiempo histórico. Ustedes, científicos, me entenderán: espacio y tiempo diferentes exigen enfoques también distintos, y hoy estamos en América Latina en los albores del siglo XXI.

Por esto, sólo comparando la época y el proceso histórico europeo, estudiado por Marx y Engels, con el cubano del siglo XIX, y extrayendo después conclusiones, podremos ser consecuentes con sus enseñanzas en nuestro país. Para defender los intereses de los trabajadores y explotados de Cuba y el mundo hay que desterrar de nuestras mentes todo vestigio de interpretación de sus ideas como una teoría general de la filosofía de la historia válida para todos los tiempos y lugares. Esto, lo diría el propio Marx, es hacerle un escarnio a sus ideas. Descubrir un método de investigar y una guía para nuestro trabajo en lo político, para la investigación social y económica, es un aporte genial. ¿Por qué darle otra interpretación a lo que ya tiene un valor enorme en sí mismo? Salvando desde luego las enormes diferencias, cuando alguien me preguntó por qué yo insistía tanto en Marx, dije: porque inventó las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir en las ciencias sociales y económicas. Y podría decírseme: no basta con las tablas, también se desarrolló toda la matemática hasta el álgebra superior y hasta la física cuántica. Pero sumar, restar, multiplicar y dividir ya es un invento grande sin el cual no existiría la ciencia moderna.

Al estudiar con visión actual y partiendo de la formación científica y filosófica que hemos recibido del materialismo histórico, hay puntos en Luz y Caballero que mueven a la más consecuente reflexión filosófica. En su obra Las ideas y la filosofía en Cuba, texto imprescindible para quienes se interesen en la historia del pensamiento cubano, Medardo Vitier –padre de Cintio– destaca como una de las claves de la concepción de Luz: “El criterio sobre la verdad no radica objetivamente en el mundo exterior, no radica subjetivamente en nosotros; surge, se organiza como una congruencia entre lo objetivo y lo subjetivo”. Sería de interés examinar esta conclusión. Hagámoslo a la luz del pensamiento de Marx en las Tesis sobre Feuerbach. Dicen Marx y Engels en la primera de ellas: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluido Feuerbach– es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensorialidad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal”. Es decir, conciben como defecto fundamental del materialismo anterior que no tiene en cuenta al sujeto, a lo subjetivo, a la sensorialidad como práctica humana. ¡Cuántas polémicas tuvieron lugar desde los años 60, cuando el Che y Fidel destacaron el valor de lo subjetivo y el papel del hombre en los procesos históricos!

Hay que probar la raíz materialista y el fundamento científico de la facultad humana de crear vida espiritual. En realidad está confirmado por la evidencia de que no sólo de pan vive el hombre. No lo dijo un científico, pero es una verdad científica. Es una de esas verdades sencillas que, parafraseando a Engels, podríamos decir que también permaneció oculta en la maleza ideológica de siglos. A esto se refería Engels cuando afirmó: “La civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia, pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y las pasiones más viles de los hombres, y a costa de sus mejores disposiciones”. Yo diría: maestro Engels, ¿dónde están las mejores disposiciones? Y seguro contestaría: en la naturaleza humana.

Tanto en un caso como en el otro –los impulsos más viles y las mejores disposiciones– están en la naturaleza humana como un factor clave de las condiciones y actitudes del hombre.

Lo más importante consiste en que el pensar filosófico cubano promovió el lado activo a favor de la justicia en su forma radicalmente universal y lo hace sobre el fundamento de métodos de investigación científica de la naturaleza. Esto es lo que nos ha ayudado a ser revolucionarios. Dinamizarlo sobre el fundamento de la interpretación cubana del materialismo histórico está presente desde los tiempos del Moncada como fuerza esencial de la revolución en el medio siglo concluido. Ello nos permitió enfrentar un momento decisivo de la historia cultural de lo que se llamó occidente. El genio y la originalidad de Fidel Castro consistieron en llevar al terreno de los hechos estos métodos y principios que, en esencia, significan relacionar dialécticamente las ideas del socialista con la tradición ética de la nación cubana.

Si hubiéramos marchado solamente por la vía de las reformas o demandas económicas, como se planteaba por las llamadas “izquierdas” del siglo XX, no hubiéramos llevado a cabo una revolución profunda. Si lo hubiéramos presentado solo como una cuestión ética tampoco la hubiéramos hecho. Es la combinación de ambos elementos lo que hace la Revolución. El sentimiento ético, patriótico, el sentido heroico del Moncada, y las exigencias de igualdad y justicia social contenidas en La historia me absolverá, están en la médula de aquel acontecimiento. Esta articulación llegó hasta nuestros días y se proyecta hacia el porvenir.

Ética y justicia social constituyen la principal necesidad ideológica de Cuba, América y el mundo. El sistema burgués imperialista divorcia estas categorías y las sitúa en planos antagónicos. La síntesis entre lo ético y lo social tiene fundamentos en la filosofía cubana, es la clave central de ella. Luz y Caballero, desde su arraigada creencia cristiana, llegó a señalar que la relación entre la moral y el cuerpo humano era mucho más estrecha de lo que habitualmente se creía.

Llevó esto al terreno de la filosofía, es decir, a los principios que orientan los métodos de investigación. Así, critica a los que sugieren la existencia de dos tipos de investigaciones contradictorias, es decir, (cito) “dos clases de observación, la externa e interna… No siendo ella en realidad más que la misma función, ora aplicada al conocimiento de los objetos exteriores, ora a los fenómenos internos; por lo cual sólo la razón de su objeto, pero no de su principio, podrá clasificarse la observación como interna y externa; modo de clasificar que no es de lo más claro ni científico y por lo mismo tanto más tachable en este género de investigaciones, ?las sociales? en que más que ningunas otras debe hermanar el precepto con el ejemplo en materia de precisión”. (fin de la cita).

En el sistema occidental las llamadas ciencias del hombre ni tenían ni tienen posibilidad de encontrar los fundamentos objetivos de la naturaleza humana, precisamente porque divorciaron radicalmente estos dos planos de la vida: el externo y el interno. Subrayo, con inmenso respeto a todas las creencias, que el pecado original de la historia de las ideas de Occidente fue divorciar lo que denominaron materia y lo que llamaron espíritu. En verdad, se trata de una relación dialéctica. ¿No es esto acaso lo que refleja el concepto de unidad material del mundo o, para decirlo con palabras de Martí, la unidad de la naturaleza?

En su obra, aún inédita, Hacia un nuevo saber. La bioética en la revolución contemporánea del saber, Carlos J. Delgado caracteriza los límites de la racionalidad moderna en su consideración de la relación sujeto-objeto:

“Las nociones más importantes del ideal de racionalidad clásico afirmaban la hegemonía del saber científico, su objetividad, la separación entre sujeto y objeto del conocimiento, la elaboración de la idea del hombre y del mundo, la comprensión del lugar de éste en la Naturaleza, la orientación del conocimiento hacia el dominio de la Naturaleza como finalidad práctica. El saber científico capaz de proveer al hombre de poder para dominar la Naturaleza se estimó alcanzable, e incluso para muchos alcanzado.
“Desde el punto de vista cognoscitivo –a lo interno de la ciencia–, el establecimiento y separación de los conceptos de sujeto y objeto del conocimiento como entidades autónomas argumentó la producción de conocimientos como descubrimiento de propiedades intrínsecas a una realidad exterior ajena al hombre. (11)

Resulta muy esclarecedor lo expuesto por José de la Luz en el siguiente párrafo: “Hasta que no sea aplicado a las ciencias morales el método edificante y creador de las naturales, no nos hemos puesto en camino de resolver los más importantes problemas de la organización social”. ¿Ven ustedes la inconsistencia que tienen, no ya dicho por un marxista, sino por José de la Luz y Caballero, las tendencias a la desideologización y fragmentación de la ciencia? También Luz afirmó: “La ciencia es una; dividimos para entender”.

Con métodos propios del materialismo histórico y la experiencia de dos siglos de historia, podemos estudiar los factores decisivos que sirvieron de condicionamiento económico-social al pensamiento cubano.

En Cuba creció y se fortaleció la utopía universal del hombre sobre fundamentos económicos y sociales por haber vivido, de forma original, procesos claves de la historia de Occidente en estos dos últimos siglos, entre ellos, los siguientes:
-La necesidad de liquidar el sistema colonial europeo en América (siglo XIX).
-El desarrollo y expansión de los Estados Unidos a lo largo de aquella centuria, que sentaron las bases del imperialismo moderno (siglo XIX).
-El crecimiento acelerado de la población esclava de origen africano y de trabajadores blancos traídos de España y de otras latitudes que conformó como conjunto una composición social y de masas que sufrían la doble explotación nacional y de social (siglo XIX y XX).
-El primer ensayo neocolonial del imperialismo que en Cuba se estableció al inicio del siglo XX. La república que emergió tras la ocupación norteamericana frustró toda posibilidad de que se desarrollara un capitalismo portador del ideal nacional cubano.
Sobre estas bases económicas, sociales y políticas, hicieron síntesis y se materializaron en la Revolución cubana los ideales más progresistas de los siglos XIX y XX de Occidente. De esta forma, en el crisol de nuestras luchas por la independencia y por afianzar nuestra identidad como nación estuvieron presentes los siguientes elementos:
-El inmenso saber de la modernidad europea, tal como la habían interpretado creativamente los maestros forjadores que nos representamos en Varela y Luz Caballero.
-La más pura tradición ética de raíces cristianas que, como he dicho, en Cuba no se asumió en antagonismo con las ciencias.
-La influencia desprejuiciada de las ideas de la masonería en su sentido de universalidad y solidaridad humana que estuvo presente en la forja de la epopeya del 68 y en especial en las ideas de nuestros padres fundadores.
-La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbolizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo y especialmente del Titán de Bronce. La caracterizamos como la forma y el sentido con que la población de origen africano del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
-La tradición bolivariana y latinoamericana que Martí enriqueció con su vida en México, Centroamérica y Venezuela, de donde partió hacia Nueva York en 1881 y proclamó: “De América soy hijo: a ella me debo”.
-Las ideas y sentimientos antiimperialistas surgidos desde las entrañas mismas del imperio yanqui. La presencia del Apóstol durante casi quince años en Estados Unidos, la tercera parte de su vida, completó su inmenso saber y sintetizó el pensamiento político, social y filosófico desde la óptica de los intereses latinoamericanos y fue una contribución decisiva a la conformación del pensamiento cubano. Martí se consideró siempre discípulo de Bolívar.
-El pensamiento de Marx, Engels y Lenin, tal como lo interpretaron Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Ernesto Guevara y Fidel Castro.

Debemos asumir la historia de la práctica socialista en el siglo XX, sobre la base de someterla a una rigurosa crítica. Hoy debemos asumir la herencia socialista de la centuria recién concluida a beneficio de inventario, como ya señalamos.

Para este alto propósito es necesario tomar conciencia y extraer consecuencias prácticas de que el factor humano, y por tanto el socio-cultural, para bien o para mal, es fuerza decisiva de la historia. Que las condiciones materiales y económicas sean, en última instancia, las que determinan su curso no debe significar negar que los hombres con sus emociones, su inteligencia y acciones, son los protagonistas de la historia, son ellos quienes la llevan hacia delante y también, en ocasiones, quienes destruyen las posibilidades de progreso. Para no hablar del progreso en sentido abstracto, o mejor, ajeno a las realidades concretas, tenemos que formular principios éticos y aplicarlos. El progreso material y espiritual exige, en primerísimo lugar, de un programa moral para el enfrentamiento al imperialismo a escala internacional. Mientras esto no se entienda, o no encontremos los caminos adecuados para estos propósitos, no podremos soñar con salvar a la humanidad de un posible holocausto.

Si deseamos buscar una fundamentación de estas ideas en la historia de las ideas científicas de Europa que sirva de antecedente a nuestras ideas filosóficas de hoy, sigamos el camino que nos enseñó José Carlos Mariátegui.

Tres sabios de la ciencia europea hicieron los más importantes descubrimientos de repercusiones filosóficas, y la cultura espiritual de Europa no pudo extraer de ellos las conclusiones correspondientes. Me refiero a Darwin, Marx y Freud. Sin embargo, el peruano José Carlos Mariátegui, desde Indoamérica, entendió el alcance filosófico y espiritual de estos tres genios y realizó un análisis muy esclarecedor del significado de cada uno de ellos. Decía que se rechazaban estos tres pilares del pensamiento occidental por razones psicológicas, dado que el hombre se negaba a reconocer la naturaleza de sus orígenes y evolución. Estos descubrimientos de Freud –la importancia del sexo y el papel del inconsciente en la conducta humana–, de Marx –la importancia del hecho económico–, de Darwin –la teoría de la evolución–, herían la conciencia y subconsciencia humana. Sin embargo, lo grande del hombre –decía Mariátegui– estaba en haberse elevado de esos orígenes a la más alta condición dentro de la historia natural y social. El reto consiste, precisamente, en la necesidad de continuar ese ascenso.

Enfoquemos la cuestión a partir de lo que Freud caracterizó como principio de actuación y principio de la realidad a la que se debe atener la conducta personal. Lo que hay que entender es que la realidad exterior a nosotros, que es a la que Freud se refiere, abarca a los otros hombres, es decir, a la humanidad de que formamos parte. Ella también actúa sobre las necesidades determinadas por lo que el científico austriaco llamó principio de actuación, es parte esencial de la realidad a que se refería Freud. La humanidad, porque ella está situada en un mundo exterior al de cada uno de nosotros. Este es un problema clave para entender los nexos entre el pensamiento sicológico y el pensamiento social y económico más avanzado de la humanidad moderna. Situemos en este plano el tema de lo subjetivo como realidad exterior a cada hombre porque es la de los otros hombres y con la que necesariamente nos vinculamos de una forma u otra. Es la porción más inmediata de la realidad exterior a nosotros con la cual nos relacionamos.

Analícese lo anterior a la luz de las formulaciones de Marx y Engels en la Primera crítica a Feuerbach, a la que ya hemos hecho referencia anteriormente, es decir, cuando señaló que no había tenido en cuenta el factor subjetivo y la práctica de la transformación de la realidad. Asumamos a escala social el principio de actuación y vinculémoslo con el de la realidad que nos viene de los millones de seres humanos, y estaremos aplicando el postulado martiano de que el secreto de lo humano está en la facultad de asociarse. Aquí anda entonces, de por medio, la relación entre lo que se llamó subjetivo y lo que se denominó objetivo. La humanidad y su inmensa carga de subjetividad es una realidad exterior a cada uno de nosotros.

Las aspiraciones socialistas se plantearon sobre el fundamento de las reclamaciones de mejoras y transformaciones económicas. Es necesario extraer conclusiones sobre lo que significa la expresión “en última instancia” y hallar las más diversas formas en que van desde la primera hasta la final. Desde luego, las necesidades económicas se hallan siempre presentes, pero ellas operan a través de la conducta individual y social de millones de seres humanos motivados por móviles económicos, es decir, las de carácter espiritual, dándole a esta palabra no una significación trascendente fuera de la naturaleza, sino como parte misma de esta, porque el hombre es un elemento esencial de la naturaleza y, por tanto, de la realidad objetiva, y la única manera de concretar este vínculo entre lo subjetivo y lo objetivo en el orden político es lo que hemos dicho: la denuncia a la inmoralidad y a la corrupción. Esta es la base de cualquier programa político en las coyunturas del mundo actual.

Se comprende que un análisis científico debe ir acompañado del progreso alcanzado por las ciencias sicológicas y culturales. Fue nada menos que el propio Sigmund Freud quien señaló que la categoría primera de la cultura era la justicia, incluso lo destacó con un análisis antropológico. La lectura de “El malestar en la cultura” permite hallar, paradójicamente, una explicación que está de acuerdo con el materialismo de Marx. Se confirma la justicia como raíz antropológica de toda aspiración cultural y a la cultura como lo que une, agrupa y decide la condición humana.

Una lectura marxista de estas páginas de Freud nos permite entender los orígenes antropológicos de la lucha de clases. Todos podríamos reconocer que el reclamo de superar la explotación del hombre por el hombre es el primer y fundamental interés, consciente o inconsciente, de la inmensa mayoría de la humanidad y que está en el corazón de la mejor cultura humanista de la civilización occidental. Aquellos que de una u otra manera rechazan o soslayan tan noble propósito en un grado o en otro, están más cerca de la fiera que todos llevamos dentro –para emplear una expresión martiana–.

La aspiración ética incita a la rebelión contra lo injusto, pero ella no será consecuente si no va acompañada de la idea de cambiar la realidad injusta por una justa, es decir, que haga felices e iguales a los seres humanos. Aquí nos encontramos de nuevo con el reconocimiento de que la llamada subjetividad es algo muy real y concreto, se mueve dentro de una cultura en sus infinitas formas de expresarse. Hay en la esencia de todas ellas una noble aspiración a la emancipación humana.

Engels diría: “En el modo de producción capitalista desarrollado nadie sabe dónde acaba la honradez y empieza la estafa”. Los hombres ven hoy de manera bien evidente el capitalismo salvaje del siglo XXI. Ha llegado a sus extremos la corrupción, el latrocinio y el derrumbe ético de las sociedades civilizadas. Por muchas denuncias que hagamos al imperialismo, la más efectiva, concreta y profunda es que es un régimen corrompido, inmoral e injusto. Empecemos denunciando esta situación derivada del egoísmo que este sistema alienta.

Las crisis económicas que se presentan como realidad incontrastable a escala internacional, y en especial en diversos países, van íntimamente relacionadas con el debilitamiento moral, el latrocinio, la inmoralidad y las más diversas formas de perversión ética. Así ha sido siempre en la historia. La monarquía francesa del siglo XVIII entró en crisis por factores económico-sociales, pero de modo concreto por la degradación de carácter moral. Hegel decía que en el siglo XVIII había tanta realidad en la monarquía francesa como en la revolución que esa sociedad llevaba dentro. Los que abordan el tema del realismo con superficialidad, se olvidan de las necesidades que están en el subsuelo de la realidad y en las exigencias de millones de personas, y de que estas se expresan a través de la quiebra moral. Ellos son los verdaderamente fantasiosos y ajenos a la realidad.

Cuando se le dijo a Martí que no había atmósfera para la revolución, el Apóstol dijo que no hablaba de atmósfera, sino del subsuelo, y para asumir y captar esas formas profundas de lo real en lo social no basta con el razonamiento intelectual, aunque esto es imprescindible, sino que debe ir acompañado de la fantasía del sueño, del amor, o digámoslo en una palabra: de la poesía. Esto tiene valor científico; la fantasía y el amor dan aliento a la búsqueda de un mundo nuevo. Ahí es donde se pierden los que se atienen a identificar la realidad con lo que se halla en la superficie.

La inmensa cultura occidental racionalista y científica de los reformistas cubanos del siglo XIX no logró realizar el sueño de una patria como la que concibieron el pensar y el actuar de Céspedes, Agramonte, Maceo y Martí, es decir, la que hoy tenemos. Los independentistas, acusados de irreales, tuvieron más alto realismo histórico que los reformistas que se presentaban con fórmulas formalmente realistas. ¿Cuál es la lección intelectual que nos dejaron los reformistas y autonomistas más ilustres? El razonamiento intelectual y científico en Cuba, aunque es indispensable, no basta. Para la cubanía completa y cabal es necesario también querer y soñar con la igualdad social del hombre entendida en su alcance más universal. Ello no se logra exclusivamente con el apoyo de la ciencia, aunque esta es imprescindible. Resultan necesarias también la conciencia, la voluntad y, por tanto, el cultivo de los sentimientos y emociones que tienden a la solidaridad humana. Esto último, aunque resulta infinitamente más difícil de descubrir, posee fundamentos científicos e influencia en la historia. He ahí el papel de la educación y la cultura.

Con una visión ecuménica y de búsqueda del equilibrio en la vida social José Martí encontró, a partir de la tradición que nos viene de Varela, el camino de un realismo consecuente para la sociedad cubana del siglo XIX. Una conclusión esencial está en que para alcanzar un nuevo aporte en la historia se requiere exaltar los valores y factores de la superestructura.

En Martí, la mejor tradición cubana se asume desde una visión en la cual se sintetizan arte, ciencia, ética y cultura, recogida en aquella frase memorable del Apóstol: “Verso: o nos condenan juntos o nos salvamos los dos”. Vale la pena hacer un estudio sobre las relaciones entre el pensamiento estético y el ético en el Héroe Nacional Cubano.

Martí lo expresa bellamente en su poema “Yugo y estrella”, con tal fuerza de universalidad que deja el alma en suspenso, y asumimos lo que objetivamente somos: piezas de una larga evolución de la historia natural y social. Se llega en medio de nuestra insignificancia individual a sentir como deber sagrado el de continuar luchando por un paso de avance en la historia social del hombre. Lo experimentamos también en el “Canto cósmico” de Ernesto Cardenal. La esencia de este pensar y sentir martiano se concreta y se ensambla con su prodigiosa percepción del arte. Aquí ética, filosofía, arte, política y ciencia se funden como una joya de nuestra historia cultural, muestran otros sellos clave de la identidad latinoamericana en la cual se sintetiza y renueva el pensamiento europeo.

Son diversas las formulaciones de Engels en relación con el vínculo entre ciencia, filosofía, cultura y arte. Dice:
“(…) la civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia. Pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y pasiones más viles de los hombres y a costa de sus mejores disposiciones”.

Eso lo conocemos, esto es clave para el mundo de hoy, porque lo que está haciendo el imperialismo hoy es desencadenando las peores pasiones de los hombres que están en las subconciencia social humana, están en esa fiera que Martí planteaba todos tenemos dentro.

Continúa Engels:
“Si a pesar de eso han correspondido a la civilización el desarrollo creciente de la ciencia y reiterados períodos del más opulento esplendor del arte, sólo ha acontecido así porque sin ello hubieran sido imposibles, en toda su plenitud, las actuales realizaciones en la acumulación de riqueza”. (12)

Es decir, sin la cultura, sin las mejores disposiciones, hubiera sido imposible todo ese desarrollo material.

Sin embargo, el incremento del conocimiento humano y su mayor dominio sobre los procesos naturales y sociales, no ha sido acompañado de una consecuente evolución de los valores morales, que no son independientes de la realidad objetiva donde se producen. El desenfreno de una cultura materialista vulgar que se basa en el consumo de todo tipo, lejos de contribuir al mejoramiento de la calidad de la vida humana la ha puesto en serio peligro, en tanto la irresponsabilidad y el egoísmo de unos pocos han conducido a la humanidad entera al borde de ver rebasados irreversiblemente los límites del equilibrio ambiental.

Van Rensselaer Potter, el bioquímico norteamericano creador del neologismo bioética, con ese término quiso definir lo que consideró era un nuevo enfoque ético llamado a superar la incomunicación entre lo objetivo y lo subjetivo en la comprensión de la relación del hombre con la naturaleza, la artificial división de saberes que nos ha legado el paradigma moderno generado en el seno de las llamadas culturas centrales. Para Potter, sólo el uso verdaderamente racional y solidario del conocimiento podía hacer posible la supervivencia de la vida. Pero el propio Potter reconoció que en las condiciones del capitalismo salvaje los ideales de la bioética global eran inalcanzables y se requería de una actitud activa para lograrlos.

La Ética Social –afirma Potter– se reduce a una búsqueda de soluciones al conflicto entre los más privilegiados y los menos privilegiados. Toda otra materia depende de ese conflicto: el avance de los más privilegiados versus la lucha por la supervivencia. Muchos países grandes en Asia y África parecen los ejemplos más remotos de un grupo reducido de privilegiados que ignora las necesidades básicas de alimentación, abrigo, educación, empleo y dignidad humana para la multitud menos privilegiada… Sin embargo, al final de este milenio, aquí, en los Estados Unidos, podemos observar ejemplos del dilema no sólo de países lejanos, sino también en nuestro propio jardín trasero… En el año 1988, en el libro Bioética Global, me extendí sobre el tema de que una demanda por una salud humana a nivel mundial para todos los habitantes del globo, y no sólo para los escogidos, con tasas de mortalidad reducidas y reproducción humana controlada a voluntad, forma parte de la Bioética Global…

La Ética Capitalista… exige que la filosofía de libre mercado sea un instrumento para un desempeño social bueno, mediante la así llamada mano invisible del auto interés que Adam Smith, un economista escocés, describió en 1776. Sin embargo, en efecto, es la mano rapaz la que opera en el libre mercado de una economía global que reduce la selva tropical y que vacía el mar de sus peces. La ética, así como es, no ha podido resolver el dilema de la simple justicia que equilibra los derechos humanos contra la ganancia máxima de una minoría. (13)

Es obvio que sin una acción política dirigida a lograr cambios en las relaciones objetivas actuales de dominación económica del capital transnacional, no es posible un reordenamiento en la jerarquía de valores de un nuevo paradigma moral que caracterice a una sociedad global democrática y solidaria “con todos y para el bien de todos”. Dentro del propio contexto de la bioética han surgido corrientes como la hard bioethics o bioética de la intervención que propugnan la participación ciudadana en la solución de las injusticias provocadas por las inequidades en el acceso a la atención de salud, la alimentación o la educación.

El deterioro de la situación internacional ha llegado a su punto crítico con la ascensión de la cúpula neoconservadora al poder en la única superpotencia mundial, la que arrastra servilmente a sus aliados en sus demenciales políticas, con las que ha dado muestras de una agresividad sin límites en el uso de la ciencia y la tecnología como instrumentos de dominación y chantaje.

Las recientes denuncias de Fidel han demostrado el absurdo moral que significa el empleo de inmensas cantidades de alimentos para producir biocombustibles que sostengan el modelo consumista de las economías desarrolladas, así como la fabricación de costosísimos armamentos de última generación, mientras cientos de millones de personas están en situación de pobreza extrema y al borde de morir de hambre, paradójicamente cuando en 2007 se registran cifras record en la producción mundial de alimentos de primera necesidad como son los cereales.

Las reflexiones actuales de Fidel son expresión de la continuidad de su pensamiento con relación a la problemática medioambiental y su criterio acerca de la estrecha relación del entorno natural con los procesos económicos y políticos. Hace ya quince años, durante la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, en su antológico discurso Fidel logró expresar en apretada síntesis la relación entre objetivo y lo subjetivo en cuanto a la génesis y probable solución de la cuestión ambiental:

“Si se quiere salvar a la humanidad de la autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos hambre en gran parte de la Tierra. No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre”. (14)

Por último, voy a referirme a dos párrafos, uno de Marx y otro de Engels:

Dice Marx que él sostenía que la poesía de la revolución europea del siglo XIX sólo podría generarse desde el futuro, y afirmaba:
“Entonces no habrá dudas de que el mundo ha poseído durante largo tiempo el sueño de una cosa, de la cual sólo le basta la conciencia para poseerla realmente –sólo le basta la conciencia para poseerla realmente–. Entonces no habrá duda de que el problema no lo constituye el abismo que se abre entre los pensamientos del pasado y los del futuro, sino la realización de los pensamientos del pasado”. (15)

Aquí hay poesía, filosofía, ciencia. Reflexionemos sobre los vínculos entre ciencia y filosofía.

Ahora expongo una reflexión acerca de los símbolos. Nadie le niega a las ciencias naturales y tecnológicas el derecho a emplear símbolos para representar realidades en espacios y tiempos que han sido válidos para alcanzar los grandes descubrimientos científicos del mundo actual. Sin embargo, un materialismo tosco y un socialismo superficial no fueron capaces de exaltar filosóficamente el valor de los símbolos que las ciencias sociales, humanísticas y filosóficas necesitaban para mostrar los planos de las realidades históricas, y uno de esos símbolos claves de las ciencias humanistas son los mitos.

A modo de ejemplo, estudiemos al Che Guevara, que es un mito del siglo XX. Él representa lo que quedó olvidado o al margen, por las ideas socialistas de la centuria recién concluida, es decir, la necesidad de la ética, el valor de la utopía. El Che simboliza el sello que necesita el siglo XXI de relacionar la ciencia con la utopía; representa, a la vez, el dolor y la miseria de millones de seres humanos. Estos grandes mitos se encarnan en hombres, y son los grandes hombres, como figuras excepcionales, los que nos sirven para medir y caracterizar una época.

Ejemplo excepcional de un mito fundamentado en las profundas realidades que significa la tragedia social de América y el mundo, está en el Che. Su heroísmo se llevó a la más alta escala en la historia de las civilizaciones porque fue leal a estos pensamientos suyos, con los cuales concluyo: “Esta etapa de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres”.

Y como él lo fue al nivel superior, exclamó, frente a sus captores y cuando no tenía ya posibilidad de vencerlos, dando su última orden de combate: “Disparen, que van a matar a un hombre”.

(1) Jaime Escobar. Bioética y comprensión sistémica de la vida. En: José R. Acosta (Editor científico). Bioética para la sustentabilidad. Primera Edición. Publicaciones Acuario. Centro Félix Varela. La Habana, 2002. p. 132.
(2) José de la Luz y Caballero, La polémica filosófica cubana 1838-1839, “Segunda réplica al adicto sobre la cuestión de método”, vol. 1, p. 265-266, Biblioteca de Clásicos Cubanos.
(3) José Martí, Obras completas, t. 11, p. 477.
(4) Idem.
(5) Idem.
(6) Idem, p. 478.
(7) José Martí. Obras completas. Carta a María Mantilla. t. 20, p. 218.
(8) José Martí. Obras completas. T. 8, p. 289, Editora Nacional de Cuba, 1964.
(9) Obras completas, Editorial Nacional de Cuba. La Habana, 1964. Tomo 23, p. 328.
(10) José Martí, Obras completas. T. 11, p. 86.
(11) Carlos J. Delgado. Hacia un nuevo saber. La bioética en la revolución contemporánea del saber. Primera Edición. Publicaciones Acuario. Centro Félix Varela. La Habana (En prensa).
(12) Ibídem, Federico Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. pp. 350-351.
(13) Van Rensselaer Potter. Bioética Puente, Bioética Global y Bioética Profunda. Cuadernos del Programa Regional de Bioética. Nº 7. Santiago de Chile, diciembre 1998. pp. 28-29.
(14) Fidel Castro. Discurso pronunciado en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro, Brasil, el 12 de junio de 1992. Periódico Granma, sábado 3 de febrero de 2007. p. 3.
(15) Carlos Marx, Correspondencia de 1843, en Karl Marx: O.E., D. Mc. Lellan, Oxford University press, 1977, p. 38.