Por: Armando Hart Dávalos
Constituye una necesidad impostergable promover un diálogo amplio con la sociedad norteamericana, es decir, con el pueblo y con los hombres sensatos de la misma.
América Latina y el Caribe tienen la vía para trasmitir un mensaje sistemático al pueblo de Estados Unidos, y lo pueden hacer sobre el fundamento del legado de José Martí, quien vivió quince años en ese país y fue quien más profundamente conoció aquella sociedad en tránsito hacia el nacimiento del imperialismo. En nuestra América existe una tradición espiritual y un pensamiento integrador comprometido con la redención definitiva de nuestra especie y que constituyen, con su acento utópico, una alternativa al materialismo vulgar y ramplón que predomina en una civilización que se fundamenta de manera unilateral en los avances tecnológicos y científicos. Es imprescindible relacionar el pensamiento latinoamericano y caribeño con el de los hombres y mujeres sensatos del Norte para alcanzar la modernidad necesaria en el siglo XXI.
Iniciemos ese diálogo necesario partiendo de las ideas expresadas por William Fullbright, quien fuera senador del establishment norteamericano, en su libro La arrogancia del poder, de 1966, y por José Martí, contenidas en los siguientes párrafos:
Dijo Fullbright:
“…América [Estados Unidos] está ahora en el punto histórico en el cual una gran nación está en peligro de perder su perspectiva de aquello que está exactamente dentro del ámbito de su poder y lo que está más allá de él. Otras grandes naciones, alcanzando esta encrucijada crítica, han aspirado a demasiado y, al sobre extender el esfuerzo, han declinado y después caído. Gradualmente, pero sin equivocación, América [Estados Unidos] está mostrando señales de esa arrogancia de poder que ha afligido, debilitado, y en algunos casos destruido grandes naciones en el pasado.”
El Apóstol afirmó:
“Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería. De las covachas de Dakota, y la nación que por allá va alzándose, bárbara y viril, hay todo un mundo a las ciudades del este, arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales, injustas. Hay un mundo, con sus casas de cantería y libertad señorial, del norte de Schenectady a la estación zancuda y lúgubre del sur de Petersburg, del pueblo limpio e interesado del norte, a la tienda de holgazanes, sentados en el coro de barriles, de los pueblos coléricos, paupérrimos, descascarados, agrios, grises, del Sur. Lo que ha de observar el hombre honrado es precisamente que no sólo no han podido fundirse, en tres siglos de vida común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos, sino que la comunidad forzosa exacerba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado, áspero, de violenta conquista.” (1)
Por último, examinemos el contenido de otro párrafo de José Martí en relación con la guerra de independencia de Cuba. En él se expresa:
“En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder,–mero fortín de la Roma americana;–y si libres–y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora–serían en el continente la garantía del equilibrio, la de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio–por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles–hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo.” (2)
A partir de las realidades recogidas en esos textos podemos empezar el diálogo cubano-norteamericano. Para ello resulta indispensable contar con las ideas de hombres y mujeres sensatos que en la patria de Lincoln y Hemingway están también preocupados por el futuro de su país y de la especie humana.
(1) Martí, José. Patria, Nueva York, 23 de marzo de 1894. Obras completas. T. 28, pp. 229-230.
(2) Martí, José. “En el tercer año del Partido Revolucionario Cubano”. Patria, 17 de abril de 1894. Obras completas. T. 3.