La presencia de fuerzas mambisas en la zona de Dos Ríos fue conocida por el coronel español José Ximénez de Sandoval, en la mañana del 19 de mayo de 1895, luego de haber capturado al campesino Carlos Chacón, quien trató de ocultarse de los soldados españoles
El campesino era un mensajero mambí que tenía la encomienda de adquirir algunas mercancías en Ventas de Casanova. Por eso llevaba una nota con los efectos solicitados y el dinero para pagarlo. Una vez interrogado confesó que Martí, Máximo Gómez, Masó y Francisco Borrero se encontraban en una zona ubicada entre Vuelta Grande y Dos Ríos.
Desde el 13 de mayo el campamento mambí se había instalado en los ranchos abandonados de los hermanos Pacheco, entre Bijas y Dos Ríos. Allí el Apóstol aguardaba la llegada del general Bartolomé Masó.
Al atardecer del día 18, cuando Martí se encontraba escribiendo la misiva a su amigo mexicano Manuel Mercado, llegó al campamento el general Bartolomé Masó. El Apóstol interrumpió el escrito, guardó en un bolsillo de su levita la histórica carta inconclusa y le dio una cariñosa bienvenida a Masó y a sus oficiales.
Gómez no estaba en el campamento. El día anterior había partido con unos 40 mambises, rumbo a Ventas de Casanova para emboscar e interceptar una columna española cerca de Remanganaguas. Era el convoy que conducía el coronel Ximénez de Sandoval, que horas antes había pasado por allí sin ser detectado.
El 19 por la mañana regresó Gómez al campamento. Al encontrarse con Masó, lo saludó con un fuerte y efusivo abrazo. Luego, Martí, Gómez y Masó se retiraron a conferenciar.
Aproximadamente una hora después comenzó una revista militar. Estaban acantonados allí cerca de 400 mambises, los que escucharon las palabras de Gómez, y de Masó. Lo dicho por Martí ante los combatientes no fue un discurso, sino una arenga revolucionaria.
Después del almuerzo en la casa de la finca, cuando se disponían a descansar los jefes en el portal, llegó a todo galope el teniente Álvarez, con el aviso de que se habían escuchado disparos en dirección a Dos Ríos.
Sin pensarlo dos veces Gómez ordenó “! A caballo ¡” y salió a combatir al enemigo. A su lado Paquito Borrero, detrás Martí, Masó y el resto de la tropa mambisa.
En su obra Dos Ríos a caballo y con el sol en la frente, el profesor e historiador cubano Rolando Rodríguez señala:
“ (…) Gómez asegura que antes, a cierta distancia del enemigo, le instruyó al Apóstol, que vestía de saco negro, pantalón claro, sombrero negro de castor y borceguíes negros y galopaba a su lado, que volviera a retaguardia. Aquel no era su lugar, le apremió. Gómez sabía que su compañero, rebosante de voluntad de lucha, no era uno de aquellos centauros capaz de batir al enemigo con tajos poderosos de su machete o disparar el remington de manera certera desde la montura de su cabalgadura.
“Sin embargo, no radicaba en esto su preocupación. Había algo mucho más determinante: el valor trascendente para la revolución de aquella vida que, de hecho, tenía por la dureza de la defensa española, que presagiaba la retirada y el revés, decidió avanzar heroicamente quizás con la idea de que su ejemplo podría arrastrar a una tropa que Gómez apuntaría que en esos momentos flojeaba y le faltaba brío. Sin dudas, en aquellos instantes, recordó que él era el hombre que hacía poco, con su apasionada convocatoria, la había enardecido.
“(…) En realidad, todo indica que Martí, después de la indicación imperativa de Gómez de que retrocediera, no se marchó del lugar. Seguramente, mientras se producía el primer choque contra la avanzada española, debió quedar a la derecha de la ruta que tomaba curso paralelo al Contramaestre, y a unos 150 metros de la margen del río. A su izquierda, hacia el centro del lance bélico y batido por la defensa española, bregaba Gómez con sus fuerzas.
“Posiblemente, Martí merodeó por el entorno en busca de la manera de aproximarse al escenario inmediato de lucha. Hasta que al fin, y sin que nadie se percatara, acompañado de Ángel de la Guardia, de quien se dice pasó a su lado después de cumplir una misión encomendada por Masó, y al que invitó a marchar con él a la carga,'» en arranque ardoroso se lanzó al galope en pos del olor a pólvora y el zumbido de los plomos.
“En la mano solo llevaba, aquel mediodía, su revólver colt con empuñadura de chapas de nácar, regalo de Panchito Gómez Toro. Los dos jinetes se hallaban a unos 50 metros a la derecha y delante del general en jefe de las armas cubanas cuando, sin saberlo, presentaron un blanco excelente a la avanzada española, que estaba envuelta por los yerbazales del campo de batalla. Al pasar entre un dagame seco y un fustete corpulento caído, los disparos de los emboscados dieron en el cuerpo del Maestro, la luz cenital lo bañó, soltó las bridas del corcel, y su cuerpo aflojado fue a yacer sobre la amada tierra cubana. De su revólver, atado al cuello por un cordón, no faltaba ni un cartucho. Había acontecido la catástrofe de Dos Ríos”.. –
La muerte de José Martí
Versión del coronel Rafael Cerviño, en aquel entonces teniente y uno de los ayudantes de campo del general Bartolomé Masó.
“Mientras nosotros seguíamos empeñados en desalojar de su posición a la columna española que estaba aprovechando la posición ventajosa que le daba la cerca donde se habían parapetado, José Martí, un tanto separado de los generales Gómez y Masó, seguido de uno de los jóvenes cubanos más valientes que había producido la Revolución —el teniente Ángel de la Guardia—, se aproximó a la cerca, en la que se mantenía agazapado, disparando a discreción, el enemigo.
“Sin preocuparse del peligro Martí dirigiéndose a Ángel de la Guardia, lo invitó a que avanzara con él. Y el teniente De la Guardia, que a nada temía, lo secundó. Fue, en ese instante, según nos contara después el propio De la Guardia, que balas disparadas casi a boca de jarro, lo derribaron de su cabalgadura, mortalmente herido o tal vez ya muerto.
“Ángel de la Guardia, al verlo caer, se desmontó y corrió en su auxilio. Lo halló en el suelo sin conocimiento, ensangrentado. Trató de levantarlo para subirlo a su caballo y sacarlo de la línea de fuego, pero como sus esfuerzos no respondían a sus heroicas intenciones, decidió buscar la ayuda necesaria. Montando de nuevo en su caballo, se dirigió al galope hacia la retaguardia hasta que se encontró con el general Masó, a quien dio cuenta del triste suceso, sin poder precisar si Martí estaba muerto o mal herido”.
Versión del soldado español Maximiliano Loizaga, quien integraba las fuerzas del coronel Ximénez de Sandoval.
El cadáver de Martí.
«Confundido con nuestros muertos de las avanzadillas, mejor dicho, a pocos metros de nuestra línea de fuego, vemos un cadáver de figura varonil y señorial, al que la muerte no pudo arrancar su aire de distinción y de nobleza.
«Nuestros soldados, todos los que contemplamos al caído, sentimos respetuoso impulso, el respeto que inspira a los valientes el que lo fue tanto. El cadáver, vestido con traje rayadillo gris obscuro con ligeras listas blancas, calzando botas de montar negras, con espuelas de acero, empuñando en su diestra el recio machete de «cintas» y. en la izquierda el revólver aún humeante, era el de José Martí, el poeta, el Apóstol cubano, el valiente, al que no debiera titulársele «mártir»; debiera decírsele «héroe», pues como tal murió, por su patria, por sus ideales; y más murió matando.
«Terminado el combate y levantado el campo, después de enterrar los muertos, el cadáver de Martí, por excepción, fue colocado encima de un mulo. La noche del mismo 19 de mayo la columna pernoctaba nuevamente en Remanganaguas, y al día siguiente, en su cementerio, el cadáver de Martí recibía cristiana sepultura.
La muerte de José Martí
Versión del capitán español Antonio Serra Orts, quien comandaba una compañía en las fuerzas del coronel Ximénez de Sandoval:
«A las seis de la mañana del día 19 de mayo de 1895, el Coronel Sandoval con su columna, salió de Ventas de Casanova hacia Dos-Ríos».
«De extrema punta iba el Capitán D. Ubaldo Capár con 23 caballos del Regimiento de Hernán Cortés; a cien pasos mis setenta tiradores y a distancia de 400 ó 600 metros, el Coronel y la columna».
«Serían ya como las nueve de la mañana, cuando vimos venir hacia nosotros un hombre montado, y al vernos trato de huir; mas los de a caballo le alcanzaron y detuvieron. Registrado aquel hombre llevaba unas monedas de oro y un papel que decía así»:
«Al cantinero de Ventas de Casanova.
Tengo entendido que vende V. muy caro a las tropas cubanas; dígame si quiere ser cantinero español o cubano para determinar.- Máximo Gómez».
«Preguntado el individuo, dijo que en Dos-Ríos había mucha gente y que estaba Máximo Gómez, Borrero, José Maceo, Rabí, Ríos, Massó y otros caballeros cubanos».
«El Capitán Capár llevó el hombre y el papel al Coronel, quien enterado de todo, dispuso seguir la marcha».
«A las once y media llegamos a la sabana de La Bija, en cuyo fondo y junto a una cerca, había una avanzada de caballería cubana, que cambió unos cuantos disparos con nuestros jinetes de Cortés y que apoyados por mis tiradores, corrieron y corrimos hacia la cerca donde estaba el enemigo, que huyó. Como el terreno al frente era bastante enmaniguado y al mirar a retaguardia no se veía la columna, hice alto y tomé disposiciones de combate para esperar, porque a la derecha había un bosque y a la izquierda corría el río Contramaestre, cuyas laderas eran de gran arboleda».
«(…)Por fin apareció el Coronel, que razonando muy bien, dijo»:
«Son las doce; la fuerza necesita descansar y comer. A la una seguiremos la marcha, a las dos empezará el combate y luego acamparemos donde se pueda».
—«Serra mande V. los tiradores a sus compañías y tome el mando de la suya, acampándola junto al río; que hagan un rancho ligero y que haya mucha vigilancia».
«El asistente nos sirvió a los oficiales un rom-cock-tel y no bien lo había bebido, sonaron tiros y gritos por mi derecha».
«Di la voz de a formar en columna de compañía y al paso ligero llegué al sitio del peligro, donde encontré a la compañía del capitán Iglesias, batiéndose, teniendo de sostén a la del capitán Arroyo y como el enemigo se corría por la derecha, mandé derecha, mar y luego izquierda, alto y fuego por descargas la primera sección y después en línea por la derecha rompiendo el fuego las demás secciones, a medida que desplegaban, y así no solamente pude evitar que el enemigo entrase en el campamento, por el flanco derecho sino que además, le rechacé con bajas vistas».
«En aquellos momentos solemnes, llegó el coronel Sandoval con su caballo atravesado de un balazo y al ver mi formación de secciones en orden escalonado y haciendo fuego con mucho orden, dijo»:
—«¡Muy bien! ¡Con oficiales y soldados así, se va a todas partes!».
«Entonces le indiqué que respondía de mi frente y flanco, avanzando y que por la izquierda había más jaleo (textual) (sic) o peligro, dado el fuego y los vítores que se oían. El Coronel se fue a dirigir el combate por allí y más tarde supe que la compañía del capitán Iglesias estuvo muy apurada. Seguí la marcha sobre el enemigo que ya iba en retirada hasta que recibí aviso de hacer alto».
«Como a la media hora cesó el fuego y el capitán Satué, ayudante del Coronel, me dijo»:
—«¿A qué no adivinas a quien hemos matado?»
—«A Máximo Gómez, contesté».
—«Cerca le andas; ¡a Martí!».
—« ¡Imposible! Contesté».
—«Pues no te quepa duda; le he visto y reconocido».
—«Pues me alegro que caigan pájaros gordos; no siempre han de ser los muertos esos héroes anónimos que son los que verdaderamente se baten».
«Más tarde vi el cadáver y como le conocía personalmente, fácil fue reconocerle también».
«Entonces, me dije»:
—«¡Pero señor! ¿Por qué se batía Martí en vanguardia? ¿Es posible que un futuro Presidente de la República Cubana, se bata como un guerrillero? ¡Aquí hay misterio y conviene desenredar la madeja de la insurrección por dentro!».
Tomado de: http://www.granma.cu