De la virtud en la política
Por: Guillermo Castro

El culto a la virtud en Martí, por otra parte, no se reducía a una eticidad abstracta. Por el contrario, hacía parte de una visión del mundo que se expresaba en una práctica política y cultural en la cual la virtud se convertía en un medio para luchar por el mejoramiento humano que demanda el equilibrio del mundo.

“A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve.”

José Martí, 1891[1]

Para los trabajadores del Centro de Estudios Martianos,

que no cejan allá, en La Habana.

 Corren tiempos en que se extiende como una mancha aceitosa la imagen de la corrupción como un factor dominante en la vida pública de nuestras sociedades. Esto renueva la necesidad de traer a cuenta una vez más los vínculos entre la política y la virtud en lo mejor de nuestras tradiciones de lucha por el equilibrio del mundo.

Al hacerlo, tendrá siempre un papel de primer orden la visión de José Martí sobre ese vínculo, y la claridad con que supo plantear su importancia en sociedades en las que, dijo,

Los hombres gustan de ser guiados por los que abundan en sus propias faltas.  Véase cómo se apegan con más ardor a las personalidades viciosas, brillantes, que a las personalidades puras, modestas.  Sólo en las épocas de crisis, el instintivo conocimiento del gran riesgo y de su incapacidad para librarse de él, les hace aceptar a los grandes honrados.  La pureza, de que en general carecen, les irrita.  En las faltas del que los gobierna, ven como la sanción de las suyas propias.  Por una mentirijilla de la conciencia, creen que exculpándolos, se exculpan.  Pues que sus pecados no estorban al gobernante para llegar a su alto puesto, no es tan malo el pecar, que el mundo condena y premia.  Todos los que han pecado, tienen simpatía secreta por los pecadores.[2]

 Para juzgar a esos pecadores tenía Martí un criterio preciso. “Hay hombres”, dijo “que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor.” Y añadía enseguida:

En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los hombres que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos la libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.[3]

Y se refería con ello a hombres que, decía, “son sagrados”, como “Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo, de México,” a los cuales

Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.[4]

 La vida política de hombres como esos – tan parecidos, por cierto, a los que Bertolt Brecht llamó “imprescindibles”[5]–, dijo Martí en otro momento, definía “dos clases de triunfo: el uno aparente, brillante y temporal: el otro, esencial, invisible y perdurable.” Y añadía:

La virtud, vencida siempre en apariencia, triunfa permanentemente de este segundo modo.  El que la lleva a cuestas, es verdad, tiene que apretarse el corazón con las dos manos para que de puro herido no se le venga al suelo: que tan roto le ponen los hombres el corazón al virtuoso, que si no lo cose y remienda con la voluntad, saltará deshecho en pedazos más menudos que las gotas de lluvia.[6]

El culto a la virtud en Martí, por otra parte, no se reducía a una eticidad abstracta. Por el contrario, hacía parte de una visión del mundo que se expresaba en una práctica política y cultural en la cual la virtud se convertía en un medio para luchar por el mejoramiento humano que demanda el equilibrio del mundo. En esa lucha, decía, eran imprescindibles “las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.”[7]

Del carácter de esas trincheras, y de quienes luchaban desde ellas, dice tanto lo que afirmaba como aquello que se preguntaba. “¿Quién que anda con ideas”, dijo,

no sabe que la armonía de todas ellas, en que el amor preside a la pasión, se revela apenas a las mentes sumas que ven hervir el mundo sentados, con la mano sobre el sol, en la cumbre del tiempo?¿Quién que trata con los hombres no sabe que, siendo en ellos más la carne que la luz, apenas conocen lo que palpan, apenas vislumbran la superficie, apenas ven más que lo que les lastima o lo que desean; apenas conciben más que el viento que les da en el rostro, o el recurso aparente, y no siempre real, que puede levantar obstáculo al que cierra el paso a su odio, soberbia o apetito?[8]

Esta visión concurre a explicarnos la preocupación constante de Martí por el mejoramiento humano, y el trabajo cultural y político que ese mejoramiento demanda. “Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él”, nos dijo, para agregar de inmediato la necesidad de

dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad.[9]

Podemos ver la dimensión práctica de la ética martiana en las razones que ofreció para atender a esa necesidad con la creación del periódico Patria, en 1892, como órgano oficial del Partido Revolucionario Cubano, nacido para luchar por la independencia de Cuba y contribuir a la de Puerto Rico, últimas colonias de España en América. De Patria, dijo que nacía

Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico. Deja a la puerta – porque afean el propósito más puro – la preocupación personal por donde el juicio oscurecido rebaja al deseo propio las cosas santas de la humanidad y la justicia, y el fanatismo que aconseja a los hombres un sacrificio cuya utilidad y posibilidad no demuestra la razón.[10]

Y de los objetivos y la forma de esa tarea dio cuenta en carta a sus editores, ya en camino al más permanente de sus fulgores, al indicarles con rica precisión que “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento. […] A lengua sinuosa nos están batiendo: cerrémosles el camino a mejor lengua, la hermosa.”[11]

Tal es la vigencia del pensar martiano en estos tiempos de lucha renovada por el equilibrio del mundo. Hermosa ha de ser la esperanza cierta y la acción creadora de quienes se encarnan en pueblos para darles voz y caminar con ellos, frente a la sinuosa de quienes quisieran dispersar a esos pueblos y enfrentarlo entre sí. Esto en verdad “es luz, y del sol no se sale. Patria es eso.”[12]

 

Alto Boquete, Panamá, 28 de septiembre de 2024

[1]  “La Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América”. La Revista Ilustrada, Nueva York, mayo de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 158.

[2] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1885. Ibid., X, 188-189.

[3] “Tres héroes”. La Edad de Oro (Vol. I, No 1, julio, 1889). Ibid., XVIII, 305.

[4] “Tres héroes”. La Edad de Oro (Vol. I, No 1, julio, 1889). XVIII, 305.

[5] “Hay hombres”, dijo Bertolt Brecht, “que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.” https://laotrapoesia.com/verso/bertolt-brecht/

[6] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1885. Ibid., X, 188.

[7]  “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.Ibdi. VI, 15.

[8] “Un drama terrible”. La Nación, Buenos Aires, 1 de enero de 1888. XI, 337.

[9] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. VI, 21.

[10] “Nuestras Ideas”. Patria, New York, 14 de marzo de 1892. I, 315.

[11] “A Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. Cabo Haitiano, 10 de abril [1895]”. Ibid., 1975, IV, 121.

[12] «En casa», Patria, 26 de enero de 1895. V, 468 – 469.