En un año en que se conmemora el aniversario 150 del inicio de las guerras de liberación de nuestro país, no es ocioso pasar revista a imaginarios creados sobre ellas. Especialmente cuando algunos productos audiovisuales contemporáneos han puesto en primer plano el fracaso, el desaliento y la muerte como únicas alternativas del fin de la guerra del 95.
A propósito de la Guerra Grande, como se sabe, Martí censura públicamente A pie y descalzo, visión de Ramón Roa, que Martí considera “ desalienta a su pueblo en la hora en que parece que van a serle muy necesarios los alientos”, porque narra “a las puertas mismas de la guerra inevitable, todo lo que la pueda hacer temible, con silencio astuto y riguroso sobre los recursos con que habría de contar, y las causas por que la guerra anterior vino a caer, y la grandeza que hace adorable y útil el sacrificio, y da majestad imperecedera a los sacrificados”.
Martí, por su parte, contribuyó a crear un imaginario de otro signo cuando, en el prólogo a “Los poetas de la guerra”, presenta la memoria de la Guerra Grande como un ejercicio de virtud y respeto, con todo género de palabras luminosas para el sacrificio de aquellos cubanos, en la voluntad de no olvidarlos y de imitar, en la guerra que se preparaba, su desinterés y voluntad de darse.
Y allí se ve una característica con que ha sido descrito el ser cubano: la capacidad de reír en cualquier momento, e incluso de sí mismo, y de usar el humor como arma. Se comenta la circunstancia de que los mambises en campaña “a filo de chiste le descabezaban al contrario una insolencia”, y que las veladas en que se recuerda la guerra tenían como punto especial “una anécdota gloriosa y picante del tiempo fuerte y bueno, o a un bravo chistoso…”.
Porque frente a las oscuridades de la contienda, quienes la cuentan, al cabo de catorce años, se detienen en la poesía y la gracia: “ocios hubo allí amables, y certámenes en ellos […] valiente tuvo la revolución que no bien salvado en la ceja protectora, de la sorpresa de la sabana donde perdió los espejuelos, narraba, envuelto aún en el humo, su cómica agonía”.
“…el chiste certero y abundante, como sonrisa de desdén, que florecía allí continua en medio de la muerte” valía como defensa, como ejercicio de pensar, como gesto viril y como cura.
El plan de Patria, por su parte, comprendía en lugar destacado la crónica de la guerra, a través de relaciones a veces, y de anécdotas otras “por donde a chispazos” se viera“ nuestro poder en la dificultad y nuestra firmeza en la desdicha”.
Y en Patria precisamente, en 1892, se retoma la idea del papel del humor y el chiste en la guerra, porque para animar la campaña “No todo ha de ser trompa épica y clarín de pelear”, así que ensalza: “i Ah, aquellas noches de cuentos, y aquellas comedias, y aquellas conversaciones de la guerra, aquellos chistes de que los hombres se !evantaban a derrotar al enemigo, o a morir!”.
En la obra general de Martí, sin embargo, el chiste no suele ser bien valorado: ello se advierte en la frecuencia de las palabras, porque donde abunda “guerra”, escasea “reír”; en la adjetivación negativa que suele acompañar a la palabra chiste: “burdo”, “acre”, “cargado de vino”; en la ubicación del vocablo en series connotadas negativamente: “cambiándose chistes, retos, apuestas y botellas”, o en la derivación, peyorativa a las veces: “chistear”.
Sin embargo, desde época temprana, en1888, cuando reflexionaba, con más altura crítica, a propósito de “Mi tío el empleado”, de Ramón Meza, Martí entendía que cuando el chiste en la literatura está matizado de pensamientos apasionados y melancolía puede convertirse en sátira; y señalaba el desarrollo propiamente literario del humor al servicio de una idea, que por su enmascaramiento y su intencionalidad es comparable con aquel bufón que “con sus cencerros y su gorro, era el vocero de la libertad opresa en las cortes antiguas”.
Visto entonces como inevitable, acuña la categoría de chiste útil, único posible para la conquista del decoro, y podría hablarse en el Maestro de una tipología, en que vale considerar modélico el chiste hondo y delicado, que logra su efecto por la capacidad de sugerir y es “como el jerez”, y precisa rechazar la procacidad del que semeja “el vino grueso de Aragón”.
Al parecer la contrapartida del rechazo al chiste y el humor está, entonces, en el aprecio por cierto estilo conversacional en la literatura, en lo que tiene de diálogo, hecho con “retazos de la chispa de todos”, que crean un genio local, sazonado “de chistes, de frases populares, de salidas felices, […] con gran ciencia de tonos”, “como un artífice en mosaico”.
En el prólogo de “Los poetas de la guerra” se destaca precisamente ese género de creación, y a pesar de que evalúa el ejercicio poético de la guerra como imperfecto desde los cánones formales, Martí cree que “acaso lo más correcto y característico” de él “es lo que, por la viveza de sus sales, ha de correr siempre en frasco cerrado”: poesía caracterizada por el “epíteto desenvuelto” que no podía ser empleado en presencia de mujeres, por la nota chispeante o la “burla amigable”. Aquella vida de agonía luminosa iba a ser contada luego en memoria picante por algún contertulio como Fernando Figueredo, el mejor para sacar las risas. La poesía natural y la narración espontánea, que hace crónica de la guerra, encontrará entonces su sazón fundamental en la gracia criolla.
Por eso, aunque degustador del “buen chiste francés, ligero y rosado como la espuma del Borgoña, agudo como la punta de un puñal montenegrino, brillante como una chispa pálida”, quizá a Martí le parece más natural y auténtico, más cubano, otro menos frágil, menos alto, más sentido y trabajado por la vida.
Así que también se puede reír honestamente, y es este chiste el que Martí califica con adjetivos que lo humanizan: “infatigable”, “candoroso”, “intrépido”; “agudo”, “heridor”, “inquieto”, “desnudo”, “despreocupado”, “burlón”…
El propio texto martiano del “Prólogo…” va poniendo el escenario criollo, con su buniato, su cubalibre y su jutía, y el enunciador de la narración que se fumó la biblia que le mandaron a guardar pone el tono de humor, que da ocasión a Martí, de nuevo, a presentar la mezcla de la guerra: “Porque esa es la guerra verdadera: una guerra en que se muere, y en que se ríe”.
Sin embargo, buscando en los diarios martianos la nota simpática escasea. En el diario De Montecristi a Cabo Haitiano se ve asomar la sonrisa suave del héroe ante un personaje pintoresco, un hombre o una mujer naturales de los que no se oculta sus imperfecciones o brusquedades, y ese estado de alma, de observador participante en comunidades a las que lo unen su pobreza y su historia, se sazona con unos versillos de la sabiduría popular: “un rosal cría una rosa / y una maceta un clavel / y un padre cría a una hija / sin saber para quién es”; con las conversaciones de animales y mitos, con las recetas de la comida y la bebida locales, y con los rasgos del habla de sus interlocutores de eses nasalizadas, apócope de consonantes distensivas, líquidas vocalizadas…: con su “dimpué” y su “inorancia” y “poique me ve probe”, “con mi honradé”, “ete hombre”… Y sonríe el Maestro, con la hermosura de lo real y espontáneo, y cuando encuentra elegancia y generosidad en los pechos comunes.
Pero el diario De Cabo Haitiano a Dos Ríos es otra cosa: una alegría interior se traslada a la naturaleza, a la repetición de la palabra “bello”, a los enunciados exclamativos, pero no habrá ya la anécdota picante ni el chiste oportuno, sino la tendencia a la exaltación de todo lo que pueda ser exaltado: hombre, mujer, paisaje o hecho, y lo interesante es que esto se hace sin escamotear defectos, tristezas o imperfecciones, pero la luz se sale por las hendijas.
Había afirmado una vez que “hay mentes de mañana y mentes de ceremonia”,para reformular enseguida la idea y decir: “0 la mente, como la vida, está de ceremonia unas veces y de mañana otras”. Pero el hombre del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, como se ha afirmado ya muchas veces, ha llegado a su plenitud, lo que puede demostrarse a través de los hechos y los matices lingüísticos, y también porque, telegráfico o dilatado el texto, cualquiera que sea el tema de que trate, su tono siempre es épico: la guerra es ceremonia que lleva la mente a la altura de lo que puede ser, y es señor el “amar”.
Quedaría pendiente, entonces, la demostración de la hipótesis de que, mientras el chiste brota espontáneo en la vida de la guerra, y en la narración que la exalta y la mantiene en su grandeza humana, falta en la tradición escritural del diario, quizás por sus objetivos, o por la implicación demasiado directa del hombre con ese momento tan duro de su vida. El diario de Martí comprueba esta hipótesis, aun en la diferencia entre su primera y su segunda partes. Se trataría ahora de revisar comparativamente otros contemporáneos o posteriores, que muchos hay, para buscar datos que refuercen o nieguen esta idea.