Es una verdad incontestable que el discurso pronunciado por Martí el 26 de noviembre de 1891 en Tampa fue una profunda y conmovedora exhortación a los emigrantes cubanos a la unidad, hasta el sacrificio último, para asegurar la independencia de la patria. Probablemente se encuentra entre los tesoros oratorios del Apóstol más citados y amados por los cubanos patriotas. Al propio tiempo Martí no podía permitirse ignorar la necesidad de promover la unidad y el equilibrio internacional entre los pueblos y gobiernos, sobre todo los de la América Hispana. Pero hoy nos referiremos a un tema que Martí ya había incorporado a su arsenal político internacional, que por razones obvias evitaba ventilar públicamente en sus artículos y crónicas.
Me refiero concretamente a la influencia del positivismo en el derecho internacional a fines del siglo XIX que ya era una realidad en las añosas páginas de algunos textos de esa disciplina. Interesa comprender que aún no hemos logrado precisar como éste pudo haber influido en Martí, abogado y profesor de Derecho, cuyo trabajo de graduación en la Universidad de Zaragoza fue precisamente sobre el Ius Gentius o Derecho de Gentes romano, equivalente al Derecho Internacional de nuestros días.
En los círculos académicos internacionales se debatía entonces la necesidad de una sociedad de estados, como condición imprescindible para la existencia del Derecho Internacional, último refugio de los países pequeños y débiles que apenas sobrevivían, y sobreviven, ante la voracidad de las grandes potencias, en tanto que el equilibrio de poder entre los estados se estimaba condición inevitable para el buen funcionamiento de un Derecho Internacional aplicable y en esa medida perdurable. Se discutía entre los más connotados internacionalistas de aquellos días el papel de la voz de los pueblos, la política y la ética en el desarrollo del Derecho Internacional. Nada más coincidente con los intereses docentes, pero sobre todo revolucionarios, de José Martí.
Los ideólogos del imperio Yanqui, que nunca creyeron en familias de estados y mucho menos en la incorporación de la ética al Derecho Internacional o al equilibrio en las relaciones del mundo, impusieron, hasta el día de hoy, los criterios del poder militar como factor decisivo en las relaciones internacionales. No se registran ejemplos de dirigentes políticos o jefes de estado estadounidenses, con excepción de uno o dos casos excepcionales y el de Henry Kissinger en tiempos relativamente recientes, que haya mencionado siquiera el principio del equilibrio en las relaciones internacionales, salvo para señalar su ineficacia.
Es cierto, precisa subrayarlo, que Martí escribió poco del tema, aunque como principio estratégico lo aplicó en la lucha, cuando se hallaba inmerso en la organización de un proceso revolucionario en Cuba, sobremanera complejo por la cercanía a una gigantesca nación, cuyos círculos de poder se empeñaban en convertirla en un imperio. El modelo estratégico martiano, salvando la diferencia en el tiempo y las circunstancias, se inspiró en las ideas de Simón Bolívar.
Por lo pronto, hacia 1889, en pleno bregar revolucionario de Martí, ya era pública la voluntad de los círculos de poder estadounidenses de convertir al país en un gran imperio, con el peligro que ello suponía para el futuro de los estados independientes hispanoamericanos, que se esforzaban por consolidar su independencia, sobre todo los más pequeños y débiles en las Antillas.
Dos años antes, pongamos por ejemplo, en una crónica dirigida a México en El Partido Liberal, en que criticaba los prejuicios del periodista y promotor estadounidense David Ames Welk sobre México, en un artículo publicado en Popular Science Monthly, con énfasis en su miseria estructural, su ignorancia generalizada, la falta de iniciativa empresarial y las limitaciones de toda índole, reales o inventadas, Martí intercaló una comparación con la Argentina, una de las pocas ocasiones en que se permitió una opinión clara y directa sobre ese país y sus relaciones con su aliada europea: “la República Argentina crece con mayor rapidez relativa que los Estados Unidos. Y quien ayudó a la Argentina, tiene interés en ayudar a toda la América: Inglaterra”.1