Cuando José Martí fundó el periódico Patria, el 14 de marzo de 1892, estaba iniciando una labor editorial muy particular, dedicada a preparar las conciencias en aras de conseguir el objetivo supremo: la independencia de Cuba y Puerto Rico. En el artículo “Nuestras ideas” se esclarecen los propósitos fundacionales:
Nace este periódico, por la voluntad y con los recursos de los cubanos y puertorriqueños independientes de New York, para contribuir, sin premura y sin descanso, a la organización de los hombres libres de Cuba y Puerto Rico, en acuerdo con las condiciones y necesidades actuales de las Islas, y su constitución republicana venidera; para mantener la amistad entrañable que une, y debe unir, a las agrupaciones independientes entre sí, y a los hombres buenos y útiles de todas las procedencias, que persistan en el sacrificio de la emancipación, o se inicien sinceramente en él; para explicar y fijar las fuerzas vivas y reales del país, y sus gérmenes de composición y descomposición, a fin de que el conocimiento de nuestras deficiencias y errores, y de nuestros peligros, asegure la obra a que no bastaría la fe romántica y desordenada de nuestro patriotismo; y para fomentar y proclamar la virtud donde quiera que se la encuentre. Para juntar y amar, y para vivir en la pasión de la verdad, nace este periódico.[1]
No admira solo la justeza de intenciones, sino el modo sintético y hermoso en que han sido expuestas, pues era un poeta de alto vuelo quien había redactado esas líneas. Y es que la prioridad indiscutible, por la necesidad de solución del problema de la independencia, era la preparación de las fuerzas que participarían en la guerra que se avecinaba, y ello demandaba forjar la unidad, informar detalladamente, educar, fortalecer el patriotismo, tanto desde el punto de vista simbólico como estimulando el amor a las glorias pasadas y apoyándose en la nostalgia de la tierra natal, llena de ternura y remembranzas. Es una labor ineludible que Martí, en tanto alma de la publicación, y redactor él mismo de la mayor parte de los textos, asume con entera responsabilidad y como un deber gustoso y sagrado:
Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el país para el conflicto. Y el crimen es mayor cuando se conoce, por la experiencia previa, que el desorden de la preparación puede acarrear la derrota del patriotismo más glorioso, o poner en la patria triunfante los gérmenes de su disolución definitiva. El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país. La simple creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la guerra probable. Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz.[2]
Cuando se mira de conjunto en el periódico Patria, se advierten de inmediato líneas temáticas que responden a esos objetivos de preparación. Pensemos, si no, en la publicación de los símbolos patrios, el Himno de Bayamo en primerísimo lugar, y su reconocimiento como Himno nacional cubano. Recordar a los héroes de la Guerra de los Diez Años, anónimos, como el teniente Crespo, o reconocidos, como Céspedes, Agramonte, Maceo, y muchos más, en sus grandezas, en sus hechos heroicos, fue otra de las maneras de robustecer el temple y elevar el entusiasmo. Publicar el prólogo del libro Los poetas de la guerra,[3] e insistir en que los poemas más valiosos no son los recogidos en ese volumen, sino los que escribieron con su actuación en el campo de batalla, enaltece las memorias de la contienda, insiste no en el aspecto doloroso, de pérdida y muerte que también tuvo, sino en el lado virtuoso, ejemplar, que debe ser recordado como una de las páginas más gloriosas de la historia nacional. Ello está dirigido a alentar en los lectores y cimentar en el imaginario colectivo, la voluntad de seguir el ejemplo de los predecesores, e imitarlos con valentía y honor en la guerra que se preparaba.
Cabe preguntarse también por qué habla Martí, como de un riesgo cierto e inminente, de la posible disolución del país, si no tenían lugar la guerra y su preparación concienzuda en aquellos momentos. La respuesta es simple: persistía, y era cada vez mayor, la amenaza imperialista, y las fuerzas anexionistas y autonomistas no cejaban en el empeño de obstaculizar el camino a la independencia, que era, en definitiva, el camino a la consolidación de la Nación y a la puesta en práctica de la república futura. Una vía que iba, simultáneamente, en dos direcciones, pues como había comprendido desde la década del ochenta, y había declarado explícitamente en una de sus crónicas sobre la Conferencia Panamericana: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. “[4]
Para Cuba, en cambio, ese llamado significaba independizarse de España, y prever todo lo que fuese necesario, para no caer bajo la égida estadounidense finalizada la guerra. Los esfuerzos de Martí se encaminaron, como es conocido, a lograr ese objetivo, pero su trágica muerte, poco después de incorporarse al campo insurrecto, y muchas otras condicionantes que no es del caso mencionar ahora, dieron al traste con ese empeño. No obstante, ahí está su obra escrita al respecto, que merece ser atendida a la luz de nuestros días.
Cada cubano tiene claro, desde que estudia en la enseñanza primaria, el contenido antiimperialista de la obra de José Martí. “La verdad sobre los Estados Unidos,” uno de los textos cenitales para comprender en profundidad el alcance de su prédica, resulta menos conocido. Ello se debe a que aparece publicado en Patria el 23 de marzo de 1894, pero no volverá a reeditarse hasta su inclusión en el tomo 28 de sus Obras completas, salido a la luz en 1973.
Con este artículo culmina y sintetiza Martí inquietudes de muy larga data. Sus antecedentes más antiguos en la producción del cubano están presentes en aquel apunte de juventud, donde expresa con claridad meridiana y profundidad de juicio que no se corresponden con sus dieciocho años, su visión personal del poderoso vecino, al que aún no conoce directamente:
Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento—Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad.
Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?
Imitemos. ¡No!—Copiemos ¡no!—Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos—Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?
[1] JM: “Nuestras ideas”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892. OC, t. 1, p. 315.
[2] Ibidem, p. 315-316. Cursivas de la autora.
[3] Publicado en Patria, Nueva York, 1893. OC, t. 5, pp. 229-235.
[4] JM: “Congreso Internacional de Washington, su historia, sus elementos y sus tendencias.”, OC, t. 6, p. 46.