Los criterios de arte de José Martí en su período guatemalteco están recogidos en su folleto Guatemala publicado en febrero de 1878, hace exactamente 143 años. Allí quedan registrados los más importantes artistas de esa nación centroamericana, tanto desde la vertiente plástica como de la escultórica. Los Cristos sangrantes de Julián Perales y los realizados por Cristóbal Quezada lo marcaron profundamente. La revolución espiritual que ejerció Jesucristo desde el sacrificio, el amor al prójimo y la honradez, son medulares en la eticidad martiana. El desprendimiento y sufrimiento cristiano por los más desposeídos es consustancial al escritor cubano, y una de las imágenes que sintetizan ese sentimiento en él es el Señor de Esquipulas (de 1594), el Cristo negro de expresión doliente del escultor portugués Quirio Cataño.[1]
Del grupo de pintores antiguos que aborda, destaca Thomas de Merlo (1694–1739).[2] La obra de este artista, como la de algunos otros que menciona, se encontraba en la capilla del Calvario, que es la construcción que atesoraba lo mejor de la pintura religiosa de Guatemala. Los temas de sus obras están vinculados con la Pasión de Jesús. La coloración de los frescos de Merlo es oscura, mas de un dibujo correcto de la anatomía humana. Sus Cristos son alargados y envueltos en una coloración terrosa y sin brillo que es como una de sus marcas de creación. En medio de los grupos humanos que rodean a uno de sus Mesías, existe una figura que mira al espectador y que no es otra que el autorretrato del propio pintor; ese detalle ha sido empleado a lo largo de la historia del arte en obras y murales de gran formato.[3]
Otro de los pintores que más despierta su atención, en lo observado en las iglesias guatemaltecas, es Mariano Pontaza. Hay dos momentos o etapas de este artista, según el análisis de Martí: uno, donde la gama de colores es muy pobre, la perspectiva ruda y de una “infantil composición”[4]; características que se aprecian en la obra El martirio de los dominicos en Sodomir de Polonia[5]; y otra etapa, donde perfecciona su figuración y la libertad de colores, y en la cual destaca “la bondadosa fisonomía de Santo Domingo”[6] que se observa en la propia Iglesia de Santo Domingo de la ciudad Guatemala.
A la par de Pontaza, nos habla Martí de una pintora, una tal señora Vasconcelos de la que no hay casi información, pero que para el poeta, resultaba “extraña”, “no por su absoluto mérito, sino porque en escasez amarga de maestros y recursos, en procedimientos y en ideas, túvoselo todo que inventar. –Adivinó la artista los secretos del color, los de la perspectiva, los de la dificilísima carne humana”[7].
Otro de los pintores que Martí registra de su visita a la capilla del Calvario es Juan José Rosales, igualmente de obra de temática religiosa y al que destaca como “osado colorista”[8]. Entre los retratos realizados por Rosales destaca el del Arzobispo de Guatemala Ramón Casaus y Torres, quien fuera expulsado por Francisco Morazán en 1829, y estuviera posteriormente exilado en La Habana. Aunque, para Martí, el pintor de mayor técnica y perfección de dibujo de entre los artistas guatemaltecos era Francisco Cabrera (1781-1845); el más demandado por las casas de familia rica de Guatemala para poseer un retrato de su autoría. Tenía un don miniaturista muy peculiar, sobre todo a la hora de reflejar los detalles de los vestuarios burgueses, e hizo también escuela en el grabado de monedas.
Un último pintor que Martí destaca, de lo observado en la hermana nación centroamericana, es un creador antiguo del período barroco y a quien compara con Rubens, nombrado Cristóbal de Villalpando. Se considera a Villalpando oriundo de México pero a finales del siglo XVII se trasladó a Guatemala y realizó por encargo más de cuarenta pinturas sobre la vida de San Francisco para el convento de franciscanos de la ciudad capital. La comparación con Rubens no es formal ni conceptual sino en espíritu creativo, ya que ambos artistas barrocos pintaron profusamente, cuadros “más o menos bellos, nunca malos”.[9]
De lo poco que ha sobrevivido de estas escenas de San Francisco destaca el empleo de la coloración dorada, solar, para ilustrar los milagros del santo, así como una muy correcta figuración de los grupos humanos y la perspectiva del paisaje. Uno de los posibles autores que pudieron pintar un notable cuadro en madera que apreciara Martí en la Nueva York de 1881 es Cristóbal Villalpando, sin duda alguna, considerado por el autor de Patria y Libertad como uno de los padres fundadores de las artes plásticas latinoamericanas. .
La experiencia guatemalteca, junto a la anterior en México y la posterior en Venezuela y las islas del Caribe, así como su amplio conocimiento de la cultura europea, norteamericana y universal permitieron a Martí ese pensamiento tan singular, anticolonial e inclusivo, sintetizado magistralmente en el ensayo que no envejece y que cumple, en este 2021, 130 años de publicado: “Nuestra América”.
[1] “El hizo el muy venerado Señor de Esquipulas, el Cristo negro de expresión doliente, de delgado torso, de estudiadas formas”. (José Martí. Obras completas. Edición crítica. Ob.cit., t.5, p. 280)
[2] En el folleto hay una pequeña errata y aparece Manuel en vez de Thomas de Merlo.
[3] Piésese por ejemplo en La escuela de Atenas de Rafael, La Capilla Sixtina de Miguel Ángel, Las meninas de Velázquez, La família real de Carlos IV de Goya o Un paseo por la Alameda de Diego Rivera.
[4] José Martí. “Guatemala”. Obras completas Edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, t.5, p. 279.
[5]Del breve análisis de este cuadro, emerge la conocida frase de Martí: “los amorosos dominicos, -¡buenos siempre, hasta para América buenos!-”
[6]José Martí. “Guatemala”. Obras completas Edición crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2001, t.5, p. 279.
[7]Ídem, t.5, p. 279.
[8]Ídem.
[9] José Martí. Obras completas. Edición crítica. Ob.cit., t.5, p. 279.