«Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás».
Quien así escribía contaba apenas con 18 años y ya experimentaba el dolor, el propio y el ajeno, que describía con palabras salidas del alma para retratar la ignominia y despertar la ira de quienes conocieran las injusticias cometidas por el gobierno español en la patria amada.
Solo José Martí podía hacerlo de tal modo que aún estremece al más insensible lector. Solo él ha podido lograr con su relato sacar lágrimas de los ojos a los cubanos y cubanas quienes por más de un siglo han leído su ensayo El presidio político en Cuba, publicado por primera vez el 12 de abril de 1871.
La prisión
José Martí fue detenido a raíz del registro hecho en casa de su amigo Fermín Valdés Domínguez, donde las autoridades coloniales españolas encontraron una carta comprometedora dirigida a Carlos de Castro, condiscípulo alistado al Cuerpo de Voluntarios.
En dicha esquela, firmada por José Martí, se le preguntaba al joven, si sabía el castigo que los apóstatas recibían en la Grecia Antigua y se le conminaba a responder.
Por supuesto, el castigo para los traidores es la muerte, y las autoridades coloniales acusaron a ambos jóvenes de amenazar de muerte e «infidencia» a un soldado español, delitos ambos que podían llevarlo a la pena máxima.
Tras varios meses de investigación, las autoridades españolas enjuiciaron a los jóvenes en marzo de 1870, proceso que José Martí convirtió en un «juicio político» al defender el derecho de Cuba a ser libre e independiente.
El joven Martí fue condenado a seis años de prisión con trabajo forzado. El rigor de esta condena estaba respaldado por su participación en grupos conspirativos y su vinculación con la prensa clandestina circulante en la ciudad.
A pesar de su corta edad, Martí estaba consciente de sus responsabilidades ante la patria, lo mismo que frente a sus compañeros a quienes no quiso comprometer; pero el encuentro con la realidad de la prisión fue cruel, las imágenes del terrible lugar, maltratos y vejaciones a que eran sometidos los presos, entristecieron su corazón.
El cuatro de abril de 1870 comenzó el suplicio. Su cuerpo y su alma quedaron marcados para siempre: el grillete hizo sangrar su tobillo; las injusticias presenciadas hicieron sangrar su corazón.
De eso y más cuenta Martí en el ensayo El presidio político en Cuba, testimonio publicado el 12 de abril de 1871, en el diario español La Soberanía Nacional.
El presidio político en Cuba
En el ensayo se presentan desgarradores retratos realistas y poéticos, expresados de forma sobrecogedora. No hay nada imaginado, todo es real: ancianos como Nicolás del Castillo, brigadier mambí, y el negro Juan de Dios; niños como Lino Figueredo, Tomás y Ramón Rodríguez, con doce, once y catorce años, respectivamente; pero también están él, su padre, su madre.
El texto resulta ser todo un alegato considerado por algunos estudiosos un extenso poema de dolor. A través de todo el folleto se observa un sentimiento de inmensa compasión; él dice varias veces: «No puedo odiar a nadie».
«Dios existe, y si me hacéis alejar de aquí sin arrancar de vosotros la cobarde, la malaventurada indiferencia, dejadme que os desprecie, ya que no puedo odiar a nadie; dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios.
«Ni os odiaré, ni os maldeciré. Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mí mismo. Si mi Dios maldijera, yo negaría por ello a mi Dios».
Martí hace una exhaustiva presentación del sistema penitenciario colonial y luego habla de las condiciones sociales de la isla, haciendo símiles donde predominan comparaciones con la muerte y otras imágenes trágicas y apocalípticas.
El tono acusatorio es duro y se dirige a una sociedad española que supone desconocedora de los horrores que ocurren en las cárceles de Cuba.
«O sois bárbaros, o no sabéis lo que hacéis. Dejadme, dejadme pensar que no lo sabéis aún.
«Dejadme, dejadme pensar que en esta tierra hay honra todavía, y que aún puede volver por ella esta España de acá tan injusta, tan indiferente, tan semejante ya a la España repelente y desbordada de más allá del mar».
Asombra que siendo tan joven Martí haya podido enfrentar la humillación y el maltrato, la crueldad de los golpes físicos y morales; sin embargo, en el texto se destacan más los dolores ajenos que los propios, la frustración por no poder evitar los males del horrible lugar para proteger a los desvalidos que cercanos a él llegaron a convertirse en su preocupación fundamental.
La convicción del preso político lo hace crecerse ante aquella situación y su alegato es denuncia, es grito de dolor, pero también de reclamo ante las injusticias; es denuncia de los vejámenes que presenció, y es un llamado a quienes pensaban como él en un futuro mejor para Cuba, futuro concebido sin metrópoli, disfrutando de la libertad conquistada al precio de cualquier sacrificio.
El patriota está soñando un mundo sin médicos como el de la cárcel, sin ética ni capacidad para conmoverse ante el dolor de los humildes; sin carceleros que maltraten a los niños y ancianos, solo por ser negros o tener problemas mentales; sin un jefe de presidio que no ve los desmanes cometidos por sus subordinados en nombre de la justicia.
Cualquiera con más edad y madurez hubiera quedado traumatizado para el resto de su vida. Martí pudo sobreponerse al dolor: la causa independentista de Cuba, reclamaba su mejor ánimo y disposición. Tenía que pelear por su patria y por quienes sufrían allá, en presidio, bajo la bota del colonialista español.
Frente al terrible sufrimiento del presidio, Martí opuso un singular optimismo para luchar con el convencimiento de la victoria final; por eso escribió en este testimonio: «la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás».