Durante los primeros meses de este año se cumplieron 130 años de la publicación de Episodios de la revolución cubana, un libro de Manuel de la Cruz que conmovió a la intelectualidad y a los patriotas cubanos de la época, una de las primeras obras escritas con la Guerra de los Diez Años como tema desde la perspectiva de los mambises.
Su autor, el habanero Manuel de la Cruz Fernández, tenìa entonces veintinueve años, había impreso varios cuentos y dos novelas, había colaborado con importantes publicaciones de la época como La Habana Elegante, la Revista Habanera y La IIustración Cubana, de Barcelona, y desde 1889 fue designado corresponsal del diario La Nación, de Buenos Aires, a donde Martí enviaba sus “Escenas norteamericanas” desde 1882.
Ambos escritores no se conocieron personalmente, pero es indudable que se leyeron mutuamente desde antes de la aparición del referido libro de Manuel de la Cruz, pues sabemos que el Maestro recibía en pocos días buena parte de la prensa habanera, aunque el joven escritor solía esconder su nombre tras varios seudónimos, mientras que casi todas las publicaciones periódicas en las que desde 1880 figuraba el de Martí eran leídas en Cuba y, en muchos casos, hasta en España.
Episodios de la revolución cubana recibió cálida acogida, pues en pocos días se vendieron sus ejemplares, según se afirma en alguno de los varios comentarios en la prensa acerca de la obra. En el semanario meoyorquino El Porvenir fue reseñado el 29 de abril de 1890 por Néstor Leonelo Carbonell y el 19 de marzo por Enrique Trujillo, el director de ese semanario. Lamentablemente no he podido hallar esos ejemplares en las bibliotecas cubanas, pero de todos modos ello nos indica el interés por el libro y la casi segura recepción favorable entre los patriotas emigrados.
En La Habana, también desde ese mes, la pieza movió la pluma de Benjamín de Céspedes en El Fígaro, y de Enrique José Varona en su Revista Cubana. Ambos críiticos coincidieron en destacar, con el lógico cuidado a que los obligaba la censura colonial, el alcance patriótico de estos relatos, y hasta realzaron la cualidad de historiador practicada por el autor en la búsqueda de sus fuentes, mas no dejaron pasar sin objeciones la expresión literaria de Manuel de la Cruz, con énfasis en su estilo y en la composición de sus narraciones. A todas luces, los dos no aceptaban los nuevos modos expresivos que luego serían llamados modernismo.
Jose Martí, en cambio, en la carta que escribió a Manuel de la Cruz el 3 de junio de 1890 se identifica plenamente con esas cualidades literarias, entonces novedosas, en que resaltan el colorido, la imagen osada, la lengua novedosa, sin dejar de insistir, desde luego, en su alcance patriótico y en darle al autor la categoría de historiador. Tal identificación literaria, ya no solo ideológica, queda patente al calificarlo como un “libro radiante y conmovedor” y cuando, en las palabras finales de la carta, se declara amigo del destinatario y admirador del arte de sus palabras.
Ante tal envío, se comprende por qué, posteriormente, un patriota como Manuel de la Cruz se incorporó a la conspiración dentro de Cuba encauzada por Martí desde la emigración, y al viajar a Estados Unidos para evitar su apresamiento en la lsla aceptara ser el secretario de Tomás Estrada Palma, electo Delegado del Partido Revolucionario Cubano tras la muerte de Martí, y se convirtiera también en uno de los redactores del periódico Patria.
Y no dejo de preguntarme si cuando enfermó de la pulmonía que lo llevó rápidamente a la muerte en Nueva York el 19 de febrero de 1896, comprendió que no podría protagonizar él mismo algún episodio de la nueva revolución cubana estallada el 24 de febrero de 1895 para ser él también —como escribiera en la últma línea del Prólogo a su libro— un “genuino exponente”, un “emblema” de la gloria, un “limpio blasón” de la familia cubana “en el concierto de la humanidad y en en el seno de la raza.”