La partida del Titán de Bronce
Por: Enrique Ojito Linares

San Pedro dejó de ser un punto anónimo de la geografía cubana desde aquel 7 de diciembre de 1896. La caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante Francisco (Panchito) Gómez Toro ese día sembró de pólvora y de historia ese recóndito paraje.

Con letra viva, el propio José Martí testimonió antes la monumentalidad del Titán de Bronce cuando dijo: “Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo (…) Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria”.

Apenas un hecho elevó la dimensión de su nombre: la Protesta de Baraguá. Cuando Cuba insurrecta parecía bajar la cabeza ante España, su voz no quebró: no hay paz sin independencia y sin abolición de la esclavitud.

En Mangos de Baraguá, en Oriente, el 15 de marzo de 1878, estuvieron frente a frente los generales Antonio Maceo y Arsenio Martínez Campos. Desde un principio el mambí dejó claro que no había pacto que valiera; luego, hablaron el general Manuel Calvar y el doctor Félix Figueredo para acuñar la posición de los insurrectos.

— Pero es que ustedes no conocen las bases del convenio del Zanjón, respondió Martínez Campos.

— Sí y porque las conocemos es que no estamos de acuerdo, replicó Maceo.

Cuando Martínez Campos intentó leer el documento, Maceo dijo categórico.

— Guarde usted ese documento, que no queremos saber de él.

Los cubanos volvieron a la manigua, y el Titán de Bronce salvó la dignidad de Cuba.

Al cumplirse 100 años de la Protesta de Baraguá, el Comandante en Jefe Fidel Castro reflexionó acerca de la entereza de Maceo, cuando señaló:

Hay que decir que dejó realmente a nuestro pueblo una herencia gigantesca, infinita, con esa actitud (…) con la Protesta de Baraguá llegó a su punto más alto, llegó a su clímax, llegó a su cumbre, el espíritu patriótico y revolucionario de nuestro pueblo; y (…) las banderas de la Patria y de la Revolución, de la verdadera Revolución, con independencia y con justicia social, fueron colocadas en su sitial más alto”.

Desde su incorporación a la Guerra de los Diez Años hasta su partida física en San Pedro, se estima que participó en más de 600 acciones combativas, entre estas unas 200 de relieve. Al morir, su cuerpo estaba marcado por 26 cicatrices, de ellas, 21 recibidas en la Guerra del 68.

Alrededor de las tres de la tarde del siete de diciembre de 1896, Maceo despiertó ante los disparos en el campamento de San Pedro. De acuerdo con la carta que envió el doctor Máximo Zertucha y Ojeda a Máximo Gómez el 12 de septiembre de 1899, Maceo “(…) Ensilló él mismo su caballo, tarea que nunca confió a nadie, y ordenó que buscasen a un corneta que llamara a las fuerzas cubanas a concentrarse para el contraataque. Pero el corneta no apareció”.

Los mambises pasaron de inmediato a la contraofensiva; los españoles sufren 28 bajas y se retiraron tras una cerca de piedra al oeste del campamento. Antonio Maceo quiso desalojarlos de ese lugar y, en consecuencia, obligarlos a salir hacia un potrero próximo. Esa aspiración fue abortada; el accionar para los cubanos se tornó complejo. Maceo desestimó la retirada y se encaminó hacia un sitio estratégico, pero una cerca de piedras cortó su paso.

— Esto va bien, expresó al brigadier Miró Argenter.

En la carta a Máximo Gómez, el doctor Zertucha expuso:

Apenas hubo acabado de decir el General Maceo las anteriores palabras, cayó por el lado izquierdo de su caballo como herido de un rayo lanzando su machete hacia adelante a considerable distancia. Tras él caí yo: lo encontré sin conocimiento; un arroyo de sangre negra salía por una herida que tenía al lado derecho de la mandíbula inferior, a dos centímetros de la sínfisis mentoniana. Introduje un dedo en su boca y encontré que estaba fracturada la mandíbula”. “A los dos minutos a lo más tarde de ser herido, murió en mis brazos y con él cayó para siempre la bandera”.

Luego de desplomarse, los mambises lo colocaron nuevamente sobre el caballo; otra bala se empecina contra su tórax; la bestia también fue impactada. Su ayudante, el Capitán Panchito Gómez Toro, que permanecía en el campamento por estar herido, salió a buscar el cuerpo de Maceo; otra vez fue herido e intentó suicidarse para que no lo cogiesen vivo; mientras escribía un mensaje a la familia para exponer su determinación es rematado por el enemigo.

Tal fue la tragedia de San Pedro. Cuba perdía a un magnánimo guerrero y a su leal compañero —hijo del Generalísimo— nacido en tierras espirituanas.