Leer a José Martí en clave descolonizadora, una urgencia del presente

La primera condición sine qua non para la existencia de un pensamiento descolonizador es la plena conciencia de la valía, de la autenticidad de la cultura propia, y de las diferencias respecto a otras culturas. Desde muy temprano, con apenas 18 años, Martí dio muestras de tener muy clara la especificidad de nuestros pueblos, frente a la otra América:

Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento.—Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad[…] Imitemos. No!-Copiemos.  No! —Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos. —Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras, ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?// Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. Maldita sea la prosperidad a tanta costa![1]

Esto lo dice alguien que aún no ha visitado los Estados Unidos, y que el único conocimiento que tiene de ese país proviene de referencias o lecturas.

Esa mentalidad descolonizadora y libertaria tiene entre sus muestras más tempranas la preocupación por la libertad de espíritu, que viene, en su criterio, de la cultura, del afán de superación de cada individuo. En uno de sus textos más citados y comentados sobre asuntos educativos, “Maestros ambulantes”, dice: “Ser bueno es el único modo de ser dichoso. // Ser culto es el único modo de ser libre. // Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”.[2]

La única fuente de prosperidad que aprueba es la del trabajo honrado y aquella significa para él posesión de lo que basta a la comodidad y a la satisfacción de las necesidades materiales, nunca es sinónimo de lo ostentoso o lo superfluo. Es contraria a lo que la mayoría entiende como tal, sobre todo en nuestros días, pues el consumismo demencial la iguala con la opulencia de unos pocos, lo que quiere decir miseria de las grandes masas desposeídas, y un abismo de desigualdades cada vez más brutal.

Esa intención descolonizadora tiene otros puntos culminantes, como La Edad de Oro, que no es una mera revista de entretenimiento para niños y jóvenes, sino un proyecto cultural de grandes proporciones y contenido emancipatorio. Estaba dirigida a esos infantes de 1889, que serían los adultos del siglo xx, y a los que aspiraba a formar como ciudadanos cultos, capaces de conducir con originalidad y sabiduría el destino de sus respectivos países. Una revista donde se aúnan sabiamente lo americano y lo universal, la vocación ética y la hondura reflexiva, el amor a la patria y a nuestros semejantes. No debe perderse de vista que en el mismo primer número aparecen “La Ilíada, de Homero” y “Tres héroes”, de manera que la épica clásica y la de nuestra historia continental alimentan simultáneamente la vocación heroica de los pequeños lectores.

De ese mismo año, aunque algo anterior, es su carta al director de The Evening Post, fechada en Nueva York, y publicada el 25 de marzo, que ha pasado a la historia como  “Vindicación de Cuba”. Con ella respondía a los artículos “¿Queremos a Cuba?”, aparecido en The Manufacturer, de Filadelfia, el día 16, y “Una opinión proteccionista sobre la anexión de Cuba”, publicado el 21 en el periódico neoyorquino, en el cual este se hacía eco de las ideas anticubanas, profundamente irrespetuosas y racistas,  expresadas en el primero. Realmente con “Vindicación…” Martí desmontó una campaña mediática, para decirlo en términos contemporáneos, que mal ocultaba la fabricación de un pretexto para intervenir en Cuba. Esos criterios sobre las supuestas “pereza”, “inutilidad”, “cobardía”, “incapacidad cívica” de los cubanos, eran extensivos a toda nuestra América[3] y encubrían apetitos anexionistas de larga data, pues desde los mismos albores de los Estados Unidos como nación independiente existía el propósito declarado en muchos de sus prohombres de hacerse de la Isla a toda costa.

Junto con la aparición de esta respuesta a la injuria, basada en argumentos sólidos, expresó más de una vez su intención de pasar a la contraofensiva y publicar un periódico en inglés, para hacer llegar al lector estadounidense nuestras verdades, idea que no pudo materializar por falta de medios económicos.

En el último trimestre de 1889 se desarrolló la Conferencia panamericana, o Congreso de Washington, como también se le conoce. El mismo se extendió hasta avanzado el 1890, y Martí escribió una serie de crónicas formidables sobre el cónclave continental, además de otros textos de diferente naturaleza, entre los que hay que destacar su discurso de homenaje a José María Heredia, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, el 30 de noviembre de 1889 y luego impreso en forma de folleto y distribuido entre los delegados. Era este un modo de contrarrestar la estrategia de deslumbramiento montada por los anfitriones, a la vez que por el lado afectivo vinculaba a los delegados con Heredia, con el cual compartían comunidad de orígenes. Así se sentirían orgullosos del bardo del Niágara, que en nuestra lengua cantó al portento como no lo ha hecho hasta hoy ningún anglosajón.

En su afán por convencer a los diplomáticos de Nuestra América de la “indiscutible superioridad” estadounidense, James G. Blaine, Secretario de estado del presidente Benjamín Harrison, y artífice de esa maniobra colonizadora, diseñó una estrategia de seducción y presión, que se inició con una gira por todo el país en un tren de lujo, para que se visitara todo lo digno de verse, desde las Cataratas del Niágara, hasta los altos hornos de Pensilvania, sin olvidar grandes ciudades, como Nueva York, universidades, museos, etc. Con ello se pretendía afianzar un sentimiento de asombro, de admiración desmedida hacia Estados Unidos, a la vez que se fortalecía la convicción de la inferioridad propia en los visitantes. De ese modo, el colonizador daba un primer paso, imprescindible para el éxito de sus objetivos a mediano plazo: sojuzgar el intelecto y el sentimiento, pero el emigrado subalterno José Martí, desde su exilio vigilante, trazaba sus propios planes defensivos, válidos hasta nuestros días.

Sin duda alguna, otro de los documentos imprescindibles al respecto es su discurso conocido como “Madre América”, pronunciado el 19 de diciembre de 1889, en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, en la velada de homenaje a los delegados de nuestros países. En él Martí analiza en paralelo las dos Américas, la de Lincoln y la de Juárez, de manera que las causas históricas expuestas, con singular vuelo poético, ilustran por sí mismas las diferencias en los niveles de desarrollo de ambos territorios, y desmotan minuciosamente la falacia de la supuesta inferioridad de los pueblos del Sur.

Este discurso ha sido leído y entendido como una suerte de pórtico del ensayo “Nuestra América,” definidor de nuestras esencias, publicado en La Revista Ilustrada, de Nueva York, el 1 de enero de 1891, y replicado por El Partido Liberal, de México, el 31 de ese mismo mes. Es sabido que ese texto se centra en la definición culturológica de lo americano, a la vez que traza, desde la autoctonía, los nexos con la universalidad. Sentaba las bases de la soberanía continental en todas las esferas, a tal punto que expresaba la necesidad de crear un arte de gobierno propio, que habría que trabajar y perfeccionar desde dentro, si queríamos ser verdaderamente independientes, puesto que la colonia había continuado viviendo en la república: esta debía luchar contra aquella y vencerla.[4]

No era solo cuestión de soberanía política, sino de emancipación espiritual, cultural. Rebasado ya el medio siglo de independencia en el continente, las rémoras de la colonia continuaban interfiriendo en el desarrollo ulterior de nuestros países. Aunque pueda parecer exagerado, a más de 130 años del aserto martiano, y envueltas en máscaras “neo”, ese mismo lastre de devoción por el antiguo amo, o por el nuevo amo disimulado, es el que propicia el menosprecio de lo propio y la mirada hacia el Norte. Este se presenta de manera creciente en el imaginario continental, a merced, cada vez más, de la guerra cultural y del poder de los grandes medios de comunicación, como la Tierra prometida que no es. Esas influencias nefastas, unidas a las terribles desigualdades, crisis económica, escaladas de violencia, son las propiciadoras de las oleadas migratorias sucesivas, en busca de un ideal de felicidad basado únicamente en el disfrute de lo material, en el vivir el ahora, en la banalidad y el lujo.

La globalización neoliberal ha extendido por el planeta costumbres, festividades, modos de hacer y decir de los poderosos, que con su apariencia inofensiva y divertida pretenden imponer patrones de comportamiento e íconos culturales y simbólicos en los más diversos territorios. Lo que es tradición arraigada en Cuba no tiene por qué serlo en Estados Unidos, Gran Bretaña o Francia, y viceversa, pero la cultura de los centros de poder con su afán hegemónico termina imponiéndose y la resignación y aceptación fatalistas no son las soluciones. Desde hace algunos años el Halloween, que nada tiene que ver con nosotros, se ha comenzado a celebrar en la Isla, y cada vez gana más adeptos entre la población joven. En ello puede haber ingenuidad, imitación de lo que se ve en el cine y sobre todo desconocimiento, pero lo que sí resulta indignante e inconcebible es que en nuestro país, con o sin intención, se legitimen disfraces del tristemente célebre ku-klux-klan, que con sus actos violentos ha aterrorizado a toda la población negra estadounidense durante más de un siglo. Desde su fundación en 1865, recién terminada la Guerra de Secesión, esta organización ha impuesto la ideología fascista de los supremacistas blancos y ha dejado tras sí una estela de infamia y dolor. Entre sus prácticas habituales desde entonces hasta hoy están los linchamientos, algo que Martí denunció duramente más de una vez a lo largo de toda su obra.

En 1894 publicó en Patria su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos.” Con él inauguraba la sección “Apuntes sobre los Estados Unidos”, la cual  apareció por primera vez en el no. 105, del 31 de marzo de ese año. En ella se publicaban traducciones de noticias procedentes de la prensa estadounidense, en las que se hablaba de hechos violentos en diversos estados de la Unión. Destacan un secuestro y un motín en medio de elecciones para instancias territoriales de gobierno; muertos por disparos en una pelea entre dos facciones de republicanos en un distrito electoral; disturbios callejeros; el asalto al ayuntamiento en la ciudad de Denver, Colorado, por el ejército, entre otros sucesos. Sobresale en este número el linchamiento de un joven negro, acusado de asesinato, que esperaba el juicio en una cárcel de Pennsylvania. Se publica además el grabado, en cuyo pie reza, para mayor horror, que un niño preparó la horca.

Todo ello da fe de su labor de alerta a nuestra América, y de su denuncia del racismo, entre los rasgos sociales estadounidense que no deben ser imitados. Con esa labor vigilante desmitificaba al coloso vecino, que no era modelo a seguir en las repúblicas nuestramericanas y cuyo modo de vida no debíamos imitar jamás. Sin duda alguna, el pensamiento descolonizador de José Martí, tanto por  su contenido teórico, como por el ejemplo de civismo y eticidad, sigue siendo una alternativa para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo. Sobre esas bases, con creatividad, realismo y visión de futuro, se pueden hallar soluciones viables a muchos de los grandes problemas del aquí y el ahora.

Urge estudiar con sentido crítico nuestras realidades nacionales y también el todo continental; implementar políticas coherentes que ayuden a la salvaguarda de lo propio y frenen la imitación acrítica de lo foráneo; trazar estrategias de enseñanza de nuestra historia y de nuestra literatura desde dentro, desde nuestras verdades, pero con vocación universal; proteger la memoria histórica de saqueos y distorsiones interesados; continuar influyendo en la esfera de la comunicación con medios propios, y ampliar su alcance estratégico; plantearnos, desde las diferentes disciplinas de las Ciencias Sociales, interrogantes que nos ayuden a definir qué podemos hacer en aras de una Humanidad mejor, más justa, más equitativa, y qué podemos aportar a ella desde Nuestra América.

Creo indispensable continuar perfeccionando las estrategias de difusión de la vida y la obra de Martí. Hay que barrer con las visiones esquemáticas, las citas descontextualizadas que no consignan las fuentes, las manipulaciones de su palabra para legitimar fines espurios,  entre otros muchos males.[5] Es preciso, sobre todo, llegar con su obra a los lectores, en especial a los más jóvenes, como fue práctica habitual del propio Martí, con argumentos y con afectos, a la razón y al corazón. Solo así calará hondo y rendirá frutos perdurables su pensamiento descolonizador. Si estas notas fugaces consiguen motivar futuras indagaciones, y sobre todo, despiertan iniciativas transformadoras a nivel sociocultural, habrán cumplido sus propósitos iniciales, pues solo pretenden abrir y prolongar un diálogo útil y reflexivo.

 

[1] JM, OC, t. 21, p. 15-16.

[2] Ibídem, t. 8, p. 289.

[3] Sobre  opiniones racistas respecto a los mexicanos véase: “La república Argentina en los Estados Unidos. Un artículo del Harper’s Monthly” (ibídem, t. 7, p. 330). Hablando de los periódicos norteamericanos y sus opiniones sobre nuestros países escribe: “[…] antes bien, nos estudian e historian a meras ojeadas, y con mal humor visible, como noble apurado que se ve en el aprieto de pedir un favor a quien no mira como igual suyo. Así es que, siendo en verdad admirables la mayor parte de los pueblos de nuestra América por haber subido, entre obstáculos mortales a su condición presente, de los más oscuros y opuestos orígenes, no pasa día sin que estos diarios ignorantes y desdeñosos nos traten de pueblecillos sin trascendencia, de naciones de sainete, de republicuelas sin ciencia ni alcance, de “pueblos de piernas pobres” —como decía ayer Charles Dudley Warner hablando de México,—“¡escoria de una civilización degenerada, sin virilidad y sin propósito!”.

[4] Véase Nuestra América, ibídem, t. 6, p. 19.

[5]Véase de Marlene Vázquez Pérez, “¿Cómo comunicar la vida y la obra de José Martí?” Disponible en: https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2021/07/como-comunicar-la-vida-y-obra-de-jose-marti/