Cuba acaba de celebrar el aniversario 120del Manifiesto de Montecristi, suscrito el 25 de marzo de 1895 por José Martí y el general Máximo Gómez. El documento, cuyo nombre verdadero es El Partido Revolucionario Cubano a Cuba, llamaba a retomar la lucha armada para lograr la independencia.
Recuerdo que entre los años 1868 y 1878 tuvo lugar la Guerra de los Diez Años que acabó, sin lograr la independencia, con la Paz de Zanjón.
Años más tarde, en la localidad dominicana de Montecristi, el jefe político, José Martí y el militar, Máximo Gómez, hacían un nuevo llamado a las armas. No pudiéndose lograr la independencia por medios políticos, convocaron a los cubanos a la «guerra necesaria». En 1898 Cuba logró la independencia, lamentablemente hipotecada por una interesada e injustificada intervención norteamericana.
Quiero recordar este Manifiesto porque en él repetidamente se destaca que «la guerra no es contra el español, que, en el seguro de sus hijos y en el acatamiento a la patria que se ganen, podrá gozar respetado, y aun amado, de la libertad que sólo arrollará a los que le salgan, imprevisores al camino». De la guerra reclama «su terminante voluntad de respetar, y hacer que se respete, al español neutral y honrado, en la guerra y después de ella». Se hace un llamamiento a que los españoles establecidos en Cuba, que han contribuido a su riqueza y le han dado hijos, no se opongan a la independencia. «No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten y se les respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio». Y, se pregunta: «¿Con qué derecho nos odiarán los españoles si nosotros no los odiamos?».
En la zona principal del cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, junto al mausoleo de José Martí, hay un hermoso monumento dedicado a los soldados españoles muertos en la guerra. ¿Dónde se ha visto algo semejante? Nunca ha habido odio entre cubanos y españoles. Y me agrada recordarlo.