A propósito del aniversario 164 del nacimiento del Héroe Nacional cubano José Martí Pérez, en La Habana, el Portal José Martí trae a sus lectores un artículo que escribiera el intelectual matancero Manuel Navarro Luna, para las páginas de la centenaria revista Bohemia, luego del triunfo de la Revolución, el cual mantiene toda su vigencia en nuestros días.
Martí en Fidel Castro
No creemos que para nadie sea difícil, en Cuba ni en ninguna parte, encontrar la presencia de José Martí en el pensamiento y en la acción de Fidel Castro. La lealtad absoluta y acérrima del gran líder de la revolución a la doctrina del Apóstol se puede encontrar fácilmente con sólo disponernos a recorrer, con el detenimiento necesario, no solamente el curso del pensamiento fidelista desde los días del Cuartel “Moncada” hasta la fecha, si que, también, el proceso de todas sus actividades políticas y revolucionarias.
No hay que decirnos, porque lo sabemos sobradamente, que José Martí no era socialista, sino tan sólo un revolucionario radical de su tiempo, según la frase de Blas Roca en uno de sus ensayos más lúcidos y penetrantes, y que, por consiguiente, la revolución organizada e iniciada por él en el noventa y cinco no era la que ahora conduce Fidel Castro. Pero no se debe olvidar, con todo, lo que Martí le dijo a Carlos Baliño, su compañero y amigo, en cierta oportunidad histórica que recordaría Julio Antonio Mella, muchos años después, glosando los pensamientos del Apóstol: “¿La revolución? La revolución no es la que vamos a iniciar en la manigua sino la que vamos a desarrollar en la República”.
Julio Antonio entendía, como entendemos nosotros, que de haber vivido Martí en este tiempo habría sido el intérprete de su necesidad histórica y del cambio social que ella requería. No era posible que Julio Antonio pensara de otro modo conociendo, como él conoció tan a fondo, el ideario político y revolucionario de quien nos había dicho, como nos dijo Martí, que era con los pobres con quienes él quería echar su suerte:
“Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar.”
¿Y quiénes eran entonces, y siguen siendo ahora, los pobres de la tierra…? Pues no son otros que los obreros, que los campesinos, que el pueblo. Obsérvese la extensión de ese pensamiento martiano. No lo limita el Apóstol a su patria; no dijo con los pobres de mi tierra, sino con los pobres de la tierra. Obsérvese, también, cómo eran los humildes, y no los poderosos, los que le complacían:
“El arroyo de la sierra me complace más que el mar.”
En este verso sencillo de Martí —ahora repetimos lo que ya en alguna otra ocasión hemos dicho— el arroyo es la imagen con la cual él quiere representar la humildad, es decir los pobres. Como el mar es la imagen opuesta, es decir: los ricos. Y no eran éstos los que a él le complacían, sino aquéllos. Precisamente los que complacerían también, andando los años, y por los cuales lucharía como está luchando, Fidel Castro.
¿Pero es que ésta no es la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes? ¿Pero es que ésta no es una revolución socialista, una revolución de los obreros, de los campesinos y del pueblo? ¿Pero es que Fidel no echó su suerte con los pobres? ¿Alguien puede dudarlo? ¡No! Porque la realidad es superior a su propia grandeza.
Es claro que Fidel Castro, por muy claras razones de la gravitación y del determinismo histórico, tenía que superar algunos filos de las grandes postulaciones martianas. No podía ser de otra manera_ Pero superar una norma no es apartarse de ella esquivándola o traicionándola, sino, por el contrario, cumplirla mejor. Sin duda que el propio Martí habría hecho lo mismo si tenemos en cuenta que fue él quien nos dijo que en cada momento debía hacerse lo que en cada momento era necesario.
Si la revolución iniciada y desarrollada por Fidel Castro se hubiese quedado en su primera etapa, o sea en su etapa de liberación nacional, sin avanzar a la etapa superior en que nos encontramos, profundizándose y radicalizándose, sin duda que no sólo habría retrocedido, porque todo lo que no avanza retroceder, como se sabe, sino que, a estas horas, acaso la tendríamos perdida.
Por consiguiente, no había otro camino que el escogido por Fidel Castro para conducirla, Era la única manera no había otra— de que los grandes sueños de José Martí se realizaran en su Patria. ¿Y no se están realizando en toda su grandeza y en todo su esplendor? ¿Es que no nos salen al paso en todos los caminos de nuestra tierra, en un himno de cristalizaciones espléndidas y como diciéndonos, refiriéndose al propio Fidel: “Así se es hombre: vertido en todo un pueblo” ¿Pero no es la propia voz de José Martí, ahora con admoniciones todavía más claras, la que frente a la reciedumbre de esta revolución nos dice: “He aquí las fuerzas que nos hacen vivir la dignidad, la libertad y el valor”?
Quien no vea los sueños de Martí realizados en su tierra será porque está ciego. Quien no oiga su voz en uno como cruce de comprobaciones recias y obstinadas, será porque está sordo. Y esta revolución no es de ojos ciegos ni de oídos sordos.
“Las revoluciones son estériles cuando no se firman con la pluma en las escuelas y con el arado en el surco”. “Hasta que los obreros no sean cultos no serán felices”. “La ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar a la ignorancia” “Mientras haya un antro no hay derecho al sol”. “Divorciar al hombre de la tierra es un atentado monstruoso”. “Es preferible el bien de muchos a la opulencia de pocos”. “Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre”.
Fidel derribó los cuarteles para erigir sobre ellos escuelas. Y para que las escuelas saliesen, en hileras fecundas y luminosas, en chorros desbordados y tibios, a convertirse, de un extremo a otro de la isla, en la siembra más útil, más poderosa y más radiante A la vez que en toda la tierra se despertaban los surcos y sonreían los frutos.
¿Y no es en esas escuelas y en esos surcos, precisamente, donde se firma la revolución con la pluma y con el arado? ¿Y no son los campesinos, ahora con trabajo, con pan y con techo —y antes en la indigencia— quienes firman la revolución con el arado que conducen sus brazos? ¿No son los niños, las mujeres y los hombres, antes analfabetos, antes sin escuelas, antes sumidos en la mayor ignorancia y en la mayor miseria —y ahora sabiendo leer y escribir, ahora con escuelas hasta en los rincones más apartados y lejanos, ahora sin desnudeces y sin hambre—, los que firman la revolución con la pluma que manejan sus manos?
Sería bueno que todos nos detuviéramos a mirar en torno nuestro; pero a mirar con pupila sin telarañas, con pupila limpia, vasta y abarcadora. Es posible que algunos no lo hagan con el detenimiento, con el reposo y con la penetración necesarios para abarcar, de una manera totalizadora, el poderoso conjunto de victorias que ha podido alcanzar la revolución en tan poco tiempo, merced a la pujanza tremenda de su líder. Si lo hicieran, si lo hiciéramos todos, en seguida veríamos cómo se levanta nuestro pueblo, más vivo y más erguido que nunca, porque aquí se ha matado y se está matando a la ignorancia; enseguida veríamos cómo la cultura está haciendo felices a los obreros; cómo brilla el sol de nuestra tierra porque en ella han desaparecido los antros; cómo es el bien de muchos y la opulencia de nadie: cómo el atentado monstruoso de divorciar al hombre de la tierra desapareció en Cuba, para siempre, al ser liquidado los grandes latifundios y los privilegios de los ricos; y cómo, por último, nuestro pueblo se va sintiendo cada vez más libre y más fuerte porque está recibiendo, como jamás tuvo la oportunidad de recibirlas, la instrucción, la educación y la cultura.
Y sí esto es así —y no es de otra manera—, ¿a qué se debe? Se debe, sencillamente, a que un hombre llamado Fidel Castro, en quien convergen, a juicio nuestro, el heroísmo y la genialidad —dos fuegos tan difíciles de juntarse— discípulo esclarecido de José Martí, y muy metido en las entrañas de éste, quiso realizar los grandes sueños de su maestro. Y, para realizarlo mejor, superando algunos filos de sus normas, desencadenó la revolución en su tierra para construir la sociedad socialista.