El Partido Revolucionario Cubano
Y lo primero que se ha de decir, es que los cubanos independientes, y los puertorriqueños que se les hermanan, abominarían de la palabra de partido si significase mero bando o secta, o reducto donde unos criollos se defendiesen de otros: y a la palabra partido se amparan, para decir que se unen en esfuerzo ordenado, con disciplina franca y fin común, los cubanos que han entendido ya que, para vencer a un adversario deshecho, lo único que necesitan es unirse.
Por adversario entienden los cubanos libres, no el cubano que vive en agonía bajo un régimen que no puede sacudir, no el forastero arraigado que ama y desea la libertad, no el criollo medroso que se vindicará de la flojedad de hoy con el patriotismo de mañana, sino el gobierno ajeno que ahoga y corrompe las fuerzas del país, y la constitución colonial que impediría en la patria libre la práctica pacifica de la independencia. El adversario es el gobierno ajeno que en nombre de España niega el derecho de hombres a los hijos de los españoles, y atiza el odio entre los hijos y los padres; que esquilma una porción de sus dominios, la porción antillana, para pagar las deudas de toda la nación, y la guerra con que empapó en sangre el país a que provocó con su injusticia; que pudre con la incursión continua de empleados rapaces y viciosos un pueblo que necesita ya buscar en la inmoralidad el sustento que no halla en el trabajo; que en las ciudades de algún viso, con la venia delincuente de los criollos apasionados de su seguridad, permite una función de libertades que en el campo verdadero, y en la ciudad menor, castiga con el látigo, o con el puñal nocturno, o con el destierro sigiloso. ¡Y la que no lo sienta, no diga que es espalda cubana! ¡A la mesa del castigador no puede sentarse con honra, sino sin honra, ningún hermano del castigado! El adversario es la constitución colonial, que en la independencia misma avivase los gérmenes de discordia, por regiones y colores, que la república trae en sí, y perpetuase la primacía leguleya en un país que debe entrar inmediatamente al trabajo y equilibrio de sus potencias reales. Con el espíritu magnánimo y cierto y con sus métodos rápidos y seguros, ha de combatir el Partido Revolucionario Cubano, no con la magia perdida de los nombres, el gobierno ajeno y la constitución colonial.
Los partidos suelen nacer, en momentos propicios, ya de una mesa de medias voluntades, aprovechada por un astuto aventurero, ya de un cónclave de intereses más arrastrados y regañones que espontáneos y unánimes, ya de un pecho encendido que inflama en pasión volátil a un gentío apagadizo, ya de la terca ambición de un hombre hecho a la lisonja y complicidad por donde se asegura el mando. Puede ser un partido mera hoja de papel, que la fe escribe, y con sus manos invisibles borra el desamor. Puede ser la obra ardiente y precipitada de un veedor que en el ansia confusa del peligro patrio, congrega las huestes juradas, en su corazón flojo, al estéril cansancio. Pero el Partido Revolucionario Cubano, nacido con responsabilidades sumas en los instantes de descomposición del país, no surgió de la vehemencia pasajera, ni del deseo vociferador e incapaz, ni de la ambición temible; sino del empuje de un pueblo aleccionado, que por el mismo Partido proclama, antes de la república, su redención de los vicios que afean al nacer la vida republicana. Nació uno, de todas partes a la vez. Y erraría, de afuera o de adentro, quien lo creyese extinguible o deleznable. Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere. El Partido Revolucionario Cubano, es el pueblo cubano.
Ni hubiera podido precipitar su formación sin arriesgar su éxito, por falta de madurez; ni habría podido, sin peligro mortal de honor, demorarla en el instante en que el corazón público lo hacia posible, y el desmembramiento de la isla lo hace necesario. No hubiera podido precipitar su formación por falta de madurez. Puede el genio avizor, cuando concuerda con el alma pública, congregar las fuerzas que sin el ímpetu pujante se desvanecerían tal vez en el descontento inerte, o en efímeros chispazos. Pero el genio mismo, que sólo es lícito y útil cuando condensa y acelera el alma humana, tentará en vano el logro del ideal político, que ha de ser la composición justa de los factores públicos verdaderos, hasta que no estén en trance de composición los factores públicos. Antes dañaría que ayudaría a la obra nacional el genio incauto al perturbar con su arremetida los elementos que no estuviesen aún en condiciones amigables. El genio de una época está en acometer; y en esperar, que es lo superior, está el genio de otra.