Horror del primer choque.–Rompe el incendio.–Extraordinarias escenas.–Escenas de la madrugada.–Torres caídas.–Casas rotas: sesenta muertos.
Señor Director de La Nación
Un terremoto ha destrozado la ciudad de Charleston. Ruina es hoy lo que ayer era flor, y por un lado se miraba en el agua arenosa de sus ríos, surgiendo entre ellos como un cesto de frutas, y por el otro se extendía a lo interior en pueblos lindos, rodeados de bosques de magnolias, y de naranjos y jardines.
Los blancos vencidos y los negros bien hallados viven allí después de la guerra en lánguida concordia: allí no se caen las hojas de los árboles; allí se mira al mar desde los colgadizos vestidos de enredaderas; allí a la boca del Atlántico se levanta casi oculto por la arena el fuerte Sumter en cuyos muros rebotó la bala que llamó al fin a guerra al sur y al norte; allí recibieron con bondad a los viajeros infortunados de la barca Puig.
Las calles van derecho a los dos ríos: borda la población una alameda que se levanta sobre el agua: hay un pueblo de buques en los muelles, cargando algodón para Europa y la India: en la calle de King se comercia; la de Meeting ostenta hoteles ricos; viven los negros parleros y apretados en un barrio populoso; y el resto de la ciudad es de residencias bellas, no fabricadas hombro a hombro como estas casas impúdicas y esclavas de las ciudades frías del Norte, sino con ese noble apartamiento que ayuda tanto a la poesía y decoro de la vida. Cada casita tiene sus rosales, y su patio en cuadro, lleno de yerba y girasoles y sus naranjos a la puerta.
Se destacan sobre las paredes blancas las alfombras y ornamentos de colores alegres que en la mañana tienden, en la baranda del colgadizo alto, las negras risueñas, cubierta la cabeza con el pañuelo azul o rojo: el polvo de la derrota vela en otros lugares el color crudo del ladrillo de las moradas opulentas, se vive con valor en el alma y con luz en la mente en aquel pueblo apacible de ojos negros.
Y ¡hoy los ferrocarriles que llegan a sus puertas se detienen a medio camino sobre sus rieles torcidos, partidos, hundidos, levantados; las torres están por tierra; la población ha pasado una semana de rodillas; los negros y sus antiguos señores han dormido bajo la misma lona, y comido del mismo pan de lástima, frente a las ruinas de sus casas, a las paredes caídas, a las rejas lanzadas de su base de piedra, a las columnas rotas!
Los cincuenta mil habitantes de Charleston, sorprendidos en las primeras horas de la noche por el temblor de tierra que sacudió como nidos de paja sus hogares, viven aún en las calles y en las plazas, en carros, bajo tiendas, bajo casuchas cubiertas con sus propias ropas.