En Hardman Hall, Nueva York, 10 de octubre de 1891
10 de octubre de 1891

Cubanos:

No venimos aquí como gusanos, a empinarnos sobre e: sanos heroico; ni a cantar en sus ramas lindamente, como sinsontes vocingleros; ni a fiar, como bonzos, la suerte del país de nuestras entrañas al buitre que acecha ya la gangrena que corroe; ni a proclamar, con el reloj de arena sobre nuestras cabezas, que llegó la hora de la descomposición y del espanto, ni a tañer en la mandolina patrióticas serenatas a balcones que no se quieren abrir. Venimos a caballo como el año pasado, a anunciar que al caballo le ha ido bien; que lo jornadas que se andan en la sombra son también jornadas; que con las orejas caídas y los belfos al pesebre no se fundan pueblos; que no es la hora todavía de soltarle el freno a la cabalgadura, pero que la cincha se la hemos puesto ya, y la venda se la hemos quitado ya, y la silla se la vamos a poner, y los jinetes… ¡los corazones están llenos de jinetes! La miseria cría magníficos jinetes. La visión del padre glorioso hace jinete al hijo. Lo que pudo una generación muelle y ofendida, que desconocía el poder que mostró, lo podrá una generación trabajadora y ofendida, que conoce su poder. ¡A caballo venimos este año, lo mismo que el pasado, sólo que esta caballería anda por donde se vence, y por donde no la oye andar el enemigo!

Y es lo primero este año, porque ha pasado por el aire una que otra ave de noche, proclamar que nunca fue tan vehemente ni tan tierno en nuestras almas el culto de la Revolución. Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente; aquellos letrados entumidos que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de asa bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura. ¡Y todo el que sirvió, es sagrado! El que puso cl pie en la guerra; el que armó un cubano de su bolsa; el que quiso la redención de buena fe, y le sacrificó su porvenir y su fortuna, ya lleva un sello sobre cl rostro, y un centelleo en los ojos, que ni su misma ignominia le pudiera borrar luego. ¡A todos los valientes, salud, y salud cien veces, aunque se hayan empequeñecido o equivocado!

Y este culto a la Revolución, que sería insensato si no lo purgase el conocimiento de sus errores, nos ha traído a aquella fe cordial y serena, a aquella determinación definitiva e inquebrantable, a aquella fraternal e indulgente disposición del ánimo, a aquella prudencia considerada y equitativa, que no pueden perturbar los gobernantes españoles, deseosos de revueltas prematuras, ni el desaliento propio de los que tienen, allá en la Isla, encendida el alma heroica en un desierto moral, ni la censura de los que desconocen en los demás la eficacia del brío que se ha entibiado ya en su corazón. No estamos aquí, pujando la oportunidad, para caer mañana, como rancheros, sobre la patria del alma; ni levantando, a pura excomunión, un partido cubano que humille a los cubanos; ni peleando, como gauchos mortales, por el señorío de la tierra espantada; ni negando apoyo a la guerra que otros pudiesen preparar. por el pecado de no haberla preparado nosotros; ni comiéndoles los pies a los culpables de amor y de luz. No soñamos aquí en una patria de corrillo, donde el goce voluntario o casual de la libertad del extranjero dé privilegio de virtud sobre los que viven tan fieles a su ideal como nosotros al alcance del cadalso: no vivimos aquí contando los defectos. sino las virtudes. ¡Llena tenemos la memoria de nombres queridos que no dicen los labios! ¡Abiertos, tenernos los brazos para aquellos cuyo nombre amado no osa escribir nuestra pluma! ¡Dispuestos están en nuestro corazón los asientos de fiesta para muchos huéspedes ausentes! Otros descontarían de las listas del triunfo a los que, por legitimo temor o por enfermedad del ánimo, no acudiesen en la hora difícil a defendernos la bandera; otros distribuirían, con el ojo rapante, los beneficios de la victoria entre los criados sumisos a su mandato; otros tacharían con acritud a los que, por incompleta educación política, o por falta de paciencia, o por aquella sincera desconfianza de sí que viene a los hombres de una larga vida de disimulo y dependencia, buscan en un poder extraño la salvación quo no saben sacar de su voluntad; otros, con resabios de dueño, andarán sobre las puntas de los pica, para no lastimarse el charol, por entre las sepulturas donde cayeron de su brega de héroes, envueltos en el mismo pabellón, los negros y los blancos: ¡nosotros no somos aquí más que el corazón de Cuba, en donde caben todos los cubanos!

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